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…se llena de lugares comunes el adoctrinamiento del
Hombre-Masa. Le penetran el cerebro con dogmas que moldean la ductilidad del
comportamiento. Sobresale esa figura: “Debí hacer caso a mi madre, siempre me
decía que” en que se anticipa la amenaza concretada en una condena al fracaso.
Nada casual sino causal, al facultar a la madre como el pilar de la Educación
en la célula de una Nación-Estado, con lo que se preserva el condicionamiento a
la obediencia en el llamado mundo libre o en la dictadura burocrática de los
que suplantan una teoría socialista.
No nos referimos a lo que las ciencias de la salud y de la
vida, denominan como madre en aquel ser vivo que, siendo del sexo femenino
(hembra), ha tenido descendencia directa. La encargada biológica de preservar
la especie en la tradicional procreación con el sexo masculino (macho), sin que
hasta la fecha, se logre la procreación entre seres del mismo sexo.
La referencia es a la asignación social desde la oscuridad
de los tiempos, del ser que se quedaba en la cueva para atender a los niños
mientras su contraparte salía a cazar para proveer de alimento procesado por la
dueña del fuego, en la hoguera y con la piel de la presa, confeccionar
vestidos. Los roles asignados en forma natural por las características
biológicas y físicas de los cuerpos.
¡Ya imagino el haberme sometido al dictado materno! Estaría
en el limbo del resentimiento frustrado por el fracaso. ¿Por qué? Sencillo. A
mis diez y seis años, publiqué mi primera nota periodística. ¡Y la firmaron! Recorrí
varios quioscos o puestos de periódicos hasta que junté cincuenta. Y feliz por
mi logro, fui a visitar a mi madre. Orgulloso extendí la página en donde se
encontraba mi escrito con mi nombre. ¡Un logro tan difícil! A muchos les
publican sin su nombre. Un tiempo sinsabores. Y a mí, la primera publicación
con mi nombre en letras de molde.
Sin poder contener la emoción, esperé sus palabras. ¡Tan
lejos del aliento! ¡Sin el mínimo reconocimiento a mi esfuerzo! ¿Qué fue lo que
dijo? Lacera el recuerdo, como si estuviese en ese mismo momento: “¡Hay, hijo!
Déjate de sueños de grandeza y trabaja en una fábrica de obrero”. Son las
últimas palabras que le escuché. Jamás la volví a ver. ¿Para qué? Lo que te
hace daño, ¡déjalo! Sin un brazo te hace pecar, ¡córtalo! Para realizar los
sueños, a veces duele y nos habituamos a la soledad del éxito.
¿Debí hacer caso a mi madre? ¡Mmmmhhh! Más bien, creo que
debí comprenderla. Hoy, frente a su ataúd, entiendo que respondió a lo que ella
le enseñaron que era amor y su preocupación se sustentaba en los miedos de
falsos obstáculos, para someterla no solamente al rol social de madre, sino de
la guardiana del Estado Quieto de un sistema en que aplica el poema del árabe Yibrán
Jalil Yibrán, de que un jardín puede mantenerse hermoso y apacible si se cortan
las rosas que empiezan a sobresalir.
Tuxtla
Gutiérrez, Chiapas, México, 6 de febrero del 2025.
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