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…insoportable el dolor en el pecho. Parece estallar con esta
profunda, enorme añoranza. Se equivocaron aquellos que decían que
el tiempo lo cura todo. ¡Es directamente proporcional a la inversa! Entre más días,
meses, años se recargan en la espalda, árece doblarla y esa nostalgia penetra,
perfora la piel, la carne y los órganos vitales con la amenaza de hacerlos
estallar.
Tampoco es cierto que las lágrimas lavan el alma. Es como si
se concentrara la sal y al salir de los ojos y rodar por las mejillas, ¡queman
todo a su paso! Se homologa el dolor interno con el externo. La aflicción,
entonces, ahoga y se estrecha la laringe en el infinito
constreñir de las entrañas. Es cuando se entiende que el amor muerde al cuerpo,
al alma y al espíritu. Así percibimos, de pronto, nuestra pequeñez ante la
cicuta de la ausencia en nuestra orfandad doliente.
¡Insoportable en días precisos! Los aniversarios, empero,
sobre todo, en el cumpleaños en que los recuerdos de esos
momentos felices se transforman en el grisáceo sentimiento de tristeza y los
canticos de buenaventura son desplazados por el réquiem o cantos fúnebres que
nos transforman en plañideras inconsolables. ¿Aprender a vivir sin su
presencia? ¿En que manual podemos consultarlo? ¡Inexistente! Desde que llegamos
a lo que llamamos vida, lo hacemos indefensos y a cada instante nos sorprenden.
Sufrimos la metamorfosis interna. Nos engañamos con el
supuesto endurecimiento que… en realidad es una máscara para esconder nuestra
fragilidad ante las pérdidas, hasta que lleguemos a ser nosotros mismos, ¡una
pérdida para lo que nos rodean! Y la repostería ofrecida a
nuestra llegada, esos pastelillos dulces, cuando llegan a existir ¡son tan pequeños!
Son bocadillos insuficientes de calmar las amarguras recibidas en cada paso que
damos en nuestra existencia.
Una percepción agudizada cuando, la ausencia es del hijo o
hija, por lo anormal de su partida, ya que primero deben irse los padres. Más,
lo efímero del paréntesis plano impide ver que es parte de la Enseñanza Divina
que recibimos los Hijos del Hombre, los que nos crearon con polvo de las
estrellas. El destino final. ¡Reintegrarnos a la Gran Mente Universal! Y tal
vez, encontremos el bálsamo de esa presencia y comprender el por qué fue tan
breve nuestro encuentro tridimensional. Mientras tanto… ¡disfrutemos el dolor
de estar vivos, sin ellos!
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, a 10 de abril del 2025.
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