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In memoriam Francisco
Jorge Stanley Albaitero3 de julio de 1942,
México - 7 de junio de 1999
…qué bonito soy, cuánto me quiero!”, canta en lenguaje trino
al mirar su reflejo de 30 granos de peso en sus 18 centímetros de pico a cola, en
el espejo retrovisor lateral izquierdo del automóvil japonés, detenido por el
semáforo vial, en el que sus garras en la parte superior le permiten doblar las
patas y ver allí su robusto cuerpo, en la luna.
Se solaza con la vista que disfruta en la galanura superada
a la sorpresa inicial: “¡Que chico tan guapo! ... ¿Quién será? ...¡me recuerda
a alguien...!” Después de unos segundos de incertidumbre su memoria
recorre el recuerdo de la proyección de su propia imagen en el agua de la
fuente, en lagunas artificiales o charcos de lluvia que le llenan de alegría.
¿Qué? ¡No me crees! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Inocente vas a morir.
¿Quesque no existe el lenguaje trino? Mira, los ornitólogos, las aves tienen la
capacidad de comunicarse entre ellas. Su trino es en realidad un lenguaje, para
nosotros, tan complejo que va más allá
de lo que creemos en nuestro dogma de superioridad, como simples sonidos.
Nuestro lenguaje se sustenta en 27 símbolos para formar
palabras que al hilarse crean frases y después, oraciones, que proyectan una
idea. Así la variedad de trinos representa llamadas que lo mismo expresan una
amplia gama de sentimientos, porque, aunque no se crea, todo ser vivo tiene
sentimientos, que para un complejo código alerta ante el peligro o bien, para ¡el
amor!, en el cortejo e incluso, en la delimitación de su territorio.
¿Lo dudas? ¡Cuánto escepticismo por el complejo de superioridad!
¿Cuántas notas tiene la música? ¡Solamente 7! Y en el adiestramiento del llamado
solfeo, se permite leer y comprender una ¡infinidad de combinaciones!, para
disfrutar esos conciertos, sinfonías, operas o más sencillo, tantas canciones
populares.
Más sencillo: El cuerpo humano, decían los griegos, es el
producto de una combinación infinita del agua, viento fuego y tierra y que, en
1968, después de los oficiantes de la ciencia, plasmaron el dogma de la
composición del ADN en 4 elementos, y cuya combinación es irrepetible de uno a
otro ser humano… bueno, es cierro que para algunos es difícil de aceptar como humanos, por su insensibilidad para repartir comunitariamente el hambre, la miseria y la
represión.
¿Eso sí lo aceptas? ¡Y están errados! ¿Recuerdas que los Caballeros
Templarios, usaban como símbolo místico de protección, la Cruz Ancorada? ¿No
sabes cuál es? La que son iguales sus 4 brazos. Que simbolizan el agua, el viento,
la tierra y el fuego, y al mismo tiempo, los 4 puntos cardinales: Norte, Sur,
Este y Oeste. Empero, los antiguos mexicanos y los egipcios, por mencionar a
algunos, reconocían los cuatro elementos con el quinto, ¡el centro! La razón es
obvia: Sin el centro es imposible que existan los brazos o elementos. Para los
antiguos mexicanos era el amor, que recogen los católicos al poner en el centro
de la cruz a Jesús como máxima representación del Amor Divino.
¡Tanta enseñanza sencilla olvidada! ¿No crees que debemos
bajarle dos rayitas a nuestro soberbia y arrogancia? Entender que todos en el
mundo, debemos restaurar el respeto propio al reconocer nuestra grandeza única
e irrepetible y poder, entonces, respetar a nuestros hermanos que, etimológicamente
proviene del latín “germanus” que muchos se llenan la boca para decir que significa
“verdadero” o bien, “auténtico” cuando se origen real es de “germen” para
definir "génesis" en que se refiere a "lo que nace", y por
lo tanto, refuerza la idea de un vínculo de sangre o de Divinidad en el Origen.
Y es en ese origen en que debemos rescatar el valor de nuestro
Amor Propio, en ese cántico del ave canora: “Qué bonito soy, cuánto me quiero”
y que en chistorete como “Himno a la humildad”, cantaba el desaparecido el 7 de
junio de 1999, Paco Stanley: “"¡Qué lindo soy, ¡qué bonito soy, cómo me quiero, ah, ah, sin mí me muero, jamás me podré olvidar!"
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