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…hiii! ¡Jajaja! ¡Hiii! ¡Jajaja! ¡Hiii!” Fusionado en uno
solo, relincho y risa adolescente. ¡Crecen! Trascienden los límites de la
caballeriza. Sonido que monta las ondas del aire. Cabalga por las llanuras
amarillas. Ondula los pequeños montes. Agita y desprende las hojas color café
de árboles y plantas, en piruetas antes de llegar al suelo. El cielo amarillo
rojizo, atestigua la vespertina escaramuza de hojarasca, pasto seco y polvo. La
luna despabila su adormilado rostro en medio del manto negro estrellado. ¡Todo,
espacio y tiempo en armonía con el sonido rítmico!: “¡Hiii! ¡Jajaja! ¡Hiii! ¡Jajaja!
¡Hiii!”, que en momento parece confundirse más: “¡Hiiijjaja! ¡Hiiijjaja! ¡Hiiijjaja!”
en que la imaginación a distancia, genera una imagen de una amazona disfrutando
el galope libertario sobre su noble yegua azabache de tres años, ¡en plena
adolescencia como la caballista! Disfrutan el olor a campo y tierra mojada con
el viento en el rostro y la cabellera volando, es la imagen a distancia.
Altamente preocupado, el caballerango aprieta el paso para
llegar al epicentro de los alegres sonidos, y conocer la causa del alboroto al
que ya respondieron los convocados en este momento: Todo tipo de aves, animales
nocturnos como sapos cancioneros, lobos y felinos, entre muchas otras especies.
El hombre con sus 25 años en la masa corporal musculosa, corre ladera abajo, y
sostiene con la mano derecha su sombrero de copa alta coronada con tres
pliegues distintivos y un ala ligeramente curvada, para mostrar su rango con el
estilo Cattleman, Los demás usan sombreros más sencillitos y por lo mismo, más
económicos, con pliegues en el centro de la copa y hendiduras laterales.
La sorpresa le hace abrir los párpados en forma descomunal,
con amenaza de desprender el humor vítreo que contiene la retina, el cristalino,
las corneas y el iris de sus ojos. ¡Y cómo no! Nunca había visto a un caballo
mostrar los dientes en una verdadera sonrisa con el singular: ¡Hiii! En completa
consonancia al brillo de sus pupilas, sin intentar zafarse de las bridas que
sostiene su compañera de aventura, una adolescente de rostro iluminado por ese
constante “Jajaja”, en sus labios que muestran la dentadura blanca y radiante,
armonizado con la mirada que irradia una paz al mundo.
La imagen fue captada por el fotógrafo Robert Roozenbeek,
residente en los Países Bajos y se encontraba en este elevado lugar, a tres mil
novecientos metros sobre el nivel del mar, por todos conocido por El Ajusco en
la Ciudad de México, para crear un álbum de las bellezas naturales que
caracterizaban el lugar en la década del setenta. Caballerango y artista de la
lenta se acercan con delicadeza, con sonrisas que amaga en convertirse en una
abierta carcajada, al considerarse la teoría científica que, debido a que las neuronas
espejo en el cerebro se activan al escuchar o ver a otros reír.
El llamado mozo de cuadra en España y, simplemente, cuidador
de caballos en México, controla los movimientos instintivos y pregunta la causa
o razón de la risa en conjunto, de dos especies tan distintas. Entre
carcajadas, explica a frases cortadas: “Es que me platica de cuando era humana.
Y se ríe porque dice estar mejor ahora, en el tiempo en que las personas se
desconocen entre ellas al grado de llegar al enfrentamiento fratricida por lo
que algunos llaman Patria o por fanatizarse en defensa de hombres y mujeres
abyectos del poder. ¡Sin respeto a los mayores! Son los olvidados de los
valores legados por el Poder del Origen. Se convirtieron en los amnésicos de la
Gran Luz como Polvo de Estrellas en la fisión con el Barro”.
Y al mirar la foto, sentada en un leño en la misma ladera
nocturnal de otoño, reflexiona: “Ya pasaron 45 años sin cumplirse el presagio apocalíptico”
y se estremece al repiquetear en su cerebro ese relincho ausente: “En el tiempo
universal, han pasado cuatro días y medio. No desesperes: Falta poco. ¡Muy
poco!”
Tuxtla Gutiérrez
Chiapas, México, 12 de octubre del 2025.
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