Arcano Literario
Mario Luis Altuzar Suarez
Arcano Radio
A Roberto López
Moreno
...para! ¡Mira! ¡Ya lo viste! ¿Será el Divino Dalí?",
dice eufórico mi compañero de viaje poético, al momento que pone su mano
izquierda en mi pecho para frenar la marcha de mi tembloroso cuerpo por los, al
menos de diez grados en esa medianoche invernal de junio, a unos cien metros de
Calle Cinco número 9-82, en el centro de Popayán. "¡Shsssss!", sisea
con su índice derecho en sus labios sin que yo tuviese la mínima pretensión de
pronunciar palabra en el incontenible chasquido de mis dientes friolentos.
Pienso:
-"¡Si tan siquiera hubiese un buen trago!", al
frotarme las manos bajo el calor del vaho de mi boca. y distingo bajo el farol
del poste frente al portón colonial de esa casa blanca con techos de dos aguas
de tejas grises. seguramente construida en el tiempo del virreinato, se
distingue una figura de un metro ochenta, cubierta con una capa de terciopelo
azul marino que hace escuadra con el brazo derecho a la altura de la cara y
destaca ese sombrero de ala volada con una pluma roja. Le digo en un susurro:
-"Parece más bien un caballero del virreinato porque,
al borde de la capa, se distinguen unos mallones rojos y zapatillas de
espadachín. ¿Te acuerdas? ¿Podría ser uno de los Tres Mosqueteros? Y.…",
me ataja:
-"Creo que segundos antes de que se emboza el rostro,
tal vez por sentirnos a la distancia y asegurar su anonimato, alcancé a verle
un bigote retorcido... ¡igualito al de Dalí!" Con tono triunfador exclama:
"¡Le tomé cuando menos cinco fotografías! ¡Mañana las revisaremos!"
Le urjo:
-"Ya vámonos al hotel. Tengo mucho frío y ¡bastante
hambre! No me dio tiempo de comer antes de la lectura de mis poemas en ese lujoso
lugar que nos asignaron los organizadores que nos invitaron al Octavo Festival
Internacional de Poesía de Medellín", responde sin haber perdido la
sonrisa que le caracteriza:
-"Eres bien chillón, mano. Vámonos pues!"
Ubicados en el hotel céntrico, devoramos la cena que
energiza nuestros cuerpos, con una copa de vino y el infaltable café, para ir a
dormir, un poco agitado mi amigo Roberto por la emoción de ir a primera hora, a
buscar donde revelar las fotografías. Empero, nos sorprende la mañana con dos
palabras: ¡Calma matador! Debe tranquilizar esas ansias de torero en la
alternativa. ¿La razón? ¡Todo está cerrado! Lo único posible por hacer en este
momento, es dirigir nuestros pasos al restaurante del hotel. Nos arrellanamos
en las sillas y al degustar el primer trago de café, se acerca un escritor
sudamericano sin poder ocultar su sonrisa por la agitación reporteril, y pregunta:
-"¿Cómo nos fue anoche? ¿Pudieron conocer la Casa Museo
Guillermo León Valencia? Les di las coordenadas exactas. ¡No había
pierde!" Escucha;
-"Sí, mano. Aunque a medias, porque solamente fue por
fuera. Lo mejor, es que conocimos las tradiciones muy arraigadas de la
localidad...", le ataja:
-"¿Tradiciones muy arraigadas? ¿Podría ser menos
críptico?" ¡Y abre tamaños ojotes al recibir la andanada de imágenes en la
narrativa un tanto atropellada!
."¡Andate, che! Se te aparece Salvador Dalí, a nueve
años de su muerte. ¿No sería un actor disfrazado? Es tradicional que, en los
festivales literarios o artísticos, e incluso en las ferias de libros, se
personalicen los actores con base a la temática del evento. Y aquí, el tema es:
'Y la muerte no tendrá señorío' ¡Qué mejor que personificar a un espadachín del
tiempo de la colonia, en donde adopta el nombre de Ciudad Blanca por sus casas
de ese color con techos de tejas rojas! Tiempo en que el romanticismo nos habla
de conquistar a doncellas en duelos mortales. ¡Sables, espadas y dagas! Y más
que el excéntrico Dalí, creo que es un actor que interpretó a esas leyendas y
venía huyendo y desapareció en la oscuridad de la noche, tal y como lo relatás"...
interrumpe:
-"¡Será el sereno…", le ataja:
-"¡Ándale! ¡Eso es! Lo viste abajo del farol que en
aquellos tiempos daban luz con una vela, candela o como le llamen en sus
lugares de origen. Al pardear la noche la encendía un trabajador de la
localidad y la apagaba con al recogerse el manto negro de la noche. Recuerdo
que en las tradicionales Mañanitas en su país, que la atribuyen a Manuel M
Ponce y que dice: 'Si el sereno de la esquina/ Me quisiera hacer favor/ De
apagar su linternita/ Mientras que pasa mi amor'..." Al borde de la ira, y
para tranquilizarse, sugiere esperar a revelar las gráficas que probarán su
dicho.
Al recibir el sobre con las fotografías en su interior, es
difícil sacudirse el aire de suspenso que se rompe con el grito de:
"¡no!", del fotógrafo. El acompañante escéptico inquiere el común
"¿qué pasa? y el friolento concluye en su realismo que "la emoción te
ganó, mano" y la imagen tan esperada para confirmar la existencia de un
Ser colonial, simple y sencillamente ¡no estaba! Se grabó en la emulsión
revelada a la luz el poste, el farol, el enorme portón de madera con adornos de
hierro sin el personaje. Ironiza su escepticismo:
-"Mirá. Al terminar la lectura les perdimos de vista y
con esa cara, seguramente se les pasó la dosis del Trago del Tío..." Le
interrumpe:
." No fui el único. Mi acompañante también lo vio. La
diferencia es el rostro. Pero en todo lo demás, hay coincidencia. Y debe haber
una respuesta a esa interrogante. Cómo periodista no debo quedarme con la duda.
¿Quién conmigo?" Los tres asienten y decididos a buscar la verdad, se
dirigen al lugar de los hechos.
Tienen la impresión de haber llegado a una romería en lugar
de un museo, este domingo 19 de junio. Se sorprenden de ver tantos elementos de
la Policía Metropolitana. Con su instinto periodístico, el frustrado fotógrafo
ubica a una mujer de un metro sesenta y cinco, cabello teñido de rubio y porta
un gafete de "Médico Forense". Escucha una rápida explicación: Al
mediodía del día anterior, a sus 87 años lo habían encontrado... Ansioso le
pregunta "¿A quién?" y con sonrisa triste y voz baja, le dice la
mujer: "a Don Álvaro Pío Valencia Muñoz".
Al conectar las piezas del rompecabezas de las horas
recientes, sin dejar su escepticismo hace una revaloración: Dieron su lectura
de poemas, como deseaban conocer la casa del gran poeta payanés Guillermo
Valencia Castillo, nacido el 20 de octubre de 1873 y muerto el 8 de julio de
1943, antes de regresar a quinientos cincuenta y cuatro kilómetros al Norte, en
Medellín, fueron a buscar el lugar por el suroeste de la calle Cinco, entre la Segunda y la Tercera y se detuvieron
porque vieron esa figura que bajaba del Noreste y se detiene en el farol para
otear alrededor y escabullirse al interior de la edificación.
-"Qué bárbaros. ¡Está clarísimo! ¡Todo es
simbólico!", exclama el que había superado el frio corporal por la emoción
que aumenta sus palpitaciones sanguíneas por haber descubierto la Piedra
Filosofal. Mira los rostros sorprendidos de sus interlocutores y se explica:
-"El hijo del gran poeta payanés, era un gran humanista
que se rebeló a las condiciones miserables y de sometimiento de los indígenas,
una imagen grabada en su memoria de niño, y de la mano de su abuelo, Ignacio
Muñoz, en la misa de los domingos distribuían limosnas a los hambrientos, lo
que le lleva a abrazar el Marxismo y que mejor forma de representar el conjunto
de ideas, pensamientos y doctrinas, que en un traje de Mosquetero al servicio
de la Reina para enfrentar la injusticia y ambición del Cardel Richelieu. El ¿por qué a nosotros? Por una
afinidad en la identificación ideológica con la inclinación socialista de
Roberto. Y se manifiesta horas después de su muerte, bajo un farol colgado de
un poste, para dejar su deseo de cumplir su deseo en su obra de 'Encender una
nueva Luz'. Es decir, que, pese a su gran obra pública y académica, así como
literaria, sigue trabajando al servicio de la colectividad que enfrenta la
grave crisis de identidad comunal".
Los tres escritores asienten con la cabeza, tal vez,
motivados por la cercana hora de partir a la clausura del Festival Poético o,
tal vez, convencidos de la conclusión, y ajustarla a su propia conclusión, o...
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, 20 de julio del 2025.
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