Para el Club de los Retos de Dácil
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...y que me enfundo en mi impermeable con capucha! Le pongo su correa a Goliat y al cruzar la puerta abro el paraguas para protegerlo de la tupida llovizna vespertina. Una agüita que decían los abuelos, moja tontos, porque aparenta ser leve pero lo constante ¡claro que moja! Y hace charcos en las oquedades de las baldosas de las banquetas que, por más cuidado que pongo, mi peludo acompañante se las ingenia para chapotear. ¡Igualito a cuando yo era un niño que disfrutaba de la llovizna, lluvia y mejor si era aguacero! Pero la acumulación de experiencia exige cuidarse de mojadas con resfríos que pueden complicarse y, la verdad, a como están las cosas, más que no están los medicamentos en el sector salud público y son inalcanzables por los precios en las farmacias privadas, el lema de hombres y mujeres en el poder se entiende como un "¡prohibido enfermeras!", a menos que esté uno aburrido de la vida y añorando el panteón.
Mi perrazo Goliat, de unos treinta centímetros de alto, obligó a que pusiera un letrero en la puerta de la casa con la advertencia en letras grandes: ¡Cuidado con el perro! Y abajo, con una frase más pequeña: ¡No lo vaya a pisar! No que sea un Pomerania o un Dachshund con importante pedigrí de alcurnia, más bien es un tipo eléctrico que comúnmente le llaman corriente, por ser una cruza de callejero con vagabundo. Pero ¡es mi compañero de vida! Un ser amoroso, que me recibí con inmensa alegría al regresar a casa. ¡Esa cola que parece un rotor de helicóptero! Sus manos cuando se para de patas para apoyarse en mi cintura y pedir que lo cargue. ¡Un lenguaje corporal mimoso! Por algo decían los abuelos que es parte de la familia. Entendido. ¡Mejor que muchos humanos! Y protector sin que tema tamaño y fuerza del adversario. Sin exigir nada. Sin importar que los "estudiosos" le nieguen la facultad de crear vínculos amorosos como la lealtad, afecto en sus profundas emociones.
Con esas orejas que abanican al mover su cabeza para sacudirse las gotas de agua que le salpican me hacen verlo ¡tan valioso! Y no nada más yo. El poeta del éxodo y el llanto, León Felipe observa: "Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos que el orín de los perros" ¡Ah, poeta! Confirmas con tu obra "Pero ya no hay locos", que los poetas escriben el futuro. A cincuenta y siete años de tu partida al astral desde México, este suelo que te asiló amorosamente retrogradó a esa justicia con la destrucción de doscientos años de la estructura judicial a una tombolera Tremenda Corte cubana, en donde supera Tres Patines a ministros, magistrados y jueces.
Puedo decir, como en el poema "El Perro" del gran chileno Pablo Neruda: "Mi perro es de una nobleza tan pura/ que cada vez que lo miro se me parte el corazón..." en aquellos momentos en que el deshumanizado sistema social tan competitivo, me convierte en un perdedor y él, mi compañero, se acomoda en mis piernas y lame mis manos, como un bálsamo que sana cualquier herida para levantarme, sacudirme el polvo, alzar la mirada y agradecer a Dios por la enseñanza encontrada, gracias a mi acompañante.
Lo único que definitivamente no me gusta, es el gran apego hacia lo que es mi familia, porque duele cuando llega la fecha de caducidad que todos tenemos. La asfixia por las convulsiones del llanto lo resumió tan bien el gran granadino Federico García Lorca: "...y ya no está en este mundo/ mi perro blanco y rizado. / Ya se lo llevó la tierra/ y en el cielo estaría", y por ello, no escatimo tiempo para compartir con mi orgullosa compañía, con lluvia o sol, noche o día. Haciendo mías las palabras del uruguayo Mario Benedetti: "Gracias por ir/ conmigo a todas partes/ sin pedirme explicaciones".
Y me refundó en mi impermeable. Sin importar que mis tenis y pantalón sean de marca... económica, muy económica, se mojen. ¡Que la vida es para disfrutarla! Y que mejor con una perruna compañía. Y sentir el orgullo de que me veo "bien, pero bien perrón".
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, 3 de noviembre de 2025.
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