domingo, 7 de diciembre de 2025

Instante eterno ©, Cuento

Arcano Literario


Mario Luis Altuzar Suárez

Arcano Radio

…...solo un abrazo pido! Solo uno. Mientras, aquí me quedo a vigilar que nadie se robe mi carta, como dicen qué sucedió el año pasó, y por eso Santa no pudo traer a mamá", dice con determinación y lágrimas en los ojos, el pequeño de cinco años, frente al buzón de correos, por cierto, en proceso de extinción, en donde la musiva espera continuar al destino asignado por ese profundo sentimiento infantil.

Los guantes negros y el grueso abrigo con pantalón de lana y tenis blancos, protegen de la nevada a la figura que enternece a un hombre y le inquiere: “¡Ah! Veo que ya pusiste la carta en el buzón. Ahora es cuestión que el hombre del maletín enorme la recoja y le de curso…” Lo interrumpe: “¿Cómo? ¿Una persona la recoge? ¿No es Santa?” Y exclama desesperado: “¡Se va a perder otra vez!”

Su espontáneo amigo, trata de tranquilizarlo al explicarle que todo en la vida tiene un proceso en donde Santa necesita la ayuda de todas las personas debido a su ardua tarea de vigilar la el taller en el Polo Norte, con los duendes en la elaboración de la infinidad de regalos que le piden en todo el mundo y su apretada agenda de distribuirlos en 24 horas: “¡Imagínate! Todo debe hacerlo en ese tiempo”.

Le refuta en sin errores en su lógica: “No es muy grande su recorrido. Todo el mundo se ve como un puntito en las fotos del Universo. Y es un día de trabajo en todo el año. ¡Aunque está gordo! Pero son nueve los renos fuertes y robustos que jalan el trineo”, y con actitud de suficiencia señala: “¡No! Yo creo que si tiene suficiente tiempo para cumplir su trabajo”.

Sonríe el interlocutor y pregunta: “Cuándo me dijiste que escribiera tu carta, solamente pediste el deseo de abrazar a tu mamá. ¿Qué pasó? ¿Se fue?” Lleva su manitas a los ojitos que se anegan del salado líquido lacrimoso, lo que motiva al hombre para acercarse y darle un cálido abrazo y escucha entre sollozos: “Hace más de un año se fue, dice mi papá que a la Luna. ¡Y la extraño mucho! No está tan lejos y en su recorrido de repartidor de regalos, Santa puede darse una vueltecita y traerla, aunque solamente sea un ratito”.

“Seguramente”, responde el hombre y le anticipa: “Mira, vamos a dejar que el señor de las cartas se lleve la que escribimos y vamos a tomar un chocolate bien caliente, ¡claro que bien acompañado de un churro de azúcar y canela, para aliviar el frio! Anda, yo invito”. Más por el consejo del estómago que por convencimiento, acompaña al espontáneo a un restaurante en contra esquina del buzón.

Cómodamente sentados, degustan la exquisita bebida a base de cacao, ¡sí!, el mismo que usaban los aztecas como moneda y solamente el Tlatoani y su Casta Divina podían beberse y comerse su riqueza. Le dice en voz baja, como merece la transmisión boca-oído de un gran secreto: “¿Qué crees? Hace años, cuando mi mamá también partió a la Luna, pedí el mismo regalo que tú; ¡Uno de sus abrazos y besos! Y ese día, mi abuelo me dio la clave para recibir ese maravilloso regalo: ¡Acostarme temprano! Y aunque muchos dicen que fue un sueño, yo se que no, que fue el regalo porque lo vi, de cachetes rosas con barba y bigote bien blancos y grandes. Se me acercó y me preguntó que es lo que pensaba lo que contenía una hermosa y brillante cajita dorada. Me encogí de hombros con gesto de todo un desconocedor. Dio un brinco tan ágil pese a su voluminoso cuerpo. Puso la cajita frente a mi rostro y la abrió y ¡sorpresa! Emergió un halo azuloso y detrás de él, la vi a ella, ¡tan hermosa! Me estrechó contra su pecho y besó mi cabeza y mis mejillas. Y así quedamos, juntitos, hasta que el el canto de un gallo a la distancia hizo que abriera los ojos. Efectivamente, ya no estaba, pero en la cama dejó su figura cálida. Piénsalo. A mi pasó. Y seguramente si te preparas bien, sentirás esa bella experiencia”.

Salieron del comedero. Le estrechó fuerte la manita, como solo los buenos amigos suelen hacerlo, al ser iguales sin importar edad y tamaño. Le deseó una Feliz Navidad, y cada quien se dirigió a su propio destino, que se habían cruzado un instante, en el milagroso e inescrutable camino de la Divinidad.

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, 7 de diciembre de 2025.

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