jueves, 1 de julio de 2021

Harakiri ecocida, Cuento

Arcano Literario


Por Mario Luis ALTUZAR SUÁREZ

…se constriñen las entrañas, como una mordida sangrante al procesar y decodificar el mensaje de la retina al cerebro del paisaje yermo, desoladamente agrietado, sin agua y sin vegetación y muchos menos de fauna a causa de la ausencia de oxigeno en un ambiente en donde se incendian los pulmones y se agigante en la cogote esa angustia convertida en el oráculo apocalíptico de un cuerpo, tal vez el último, que se arrastra por instinto de conservación, hacia ningún lado, ¡a ninguna parte!, de un paraje que se alarga y se prolonga en los espejismos candentes del espacio de ese ambiente calcinante del ¿último cuerpo?, que desea la muerte sin encontrarla como la halló su ensoberbecida especie, huésped irrespetuoso del anfitrión que en sus estertores morales, finiquitó en su propio sacrificio, la comodidad del desarrollo y crecimiento de los que endiosaron al Becerro de Oro y en el harakiri ecocida, se inmolaron inconscientemente.

Huyendo de su obra, el cambio climático, y sus inundaciones a los litorales con agua marítima contaminada y saturada de plásticos, los ambiciosos Barones del Dinero se sintieron inteligentes y ordenaron ajustar la ingeniería urbana y arquitectura, a las urgencias, no de los consumidores, sino de las ganancias de una minoría todopoderosas… contra sus iguales.

Fue así como llegaron a los montes, a las montañas, a las sierras y volcanes, los constructores que no creadores, de las cuevas cuadradas en elevadas torres de Babel que integraron esa selva de asfalto y acero que, al romperse la cadena natural en los océanos fueron víctimas de la disminución de oxigeno aunque los avariciosos vieron otro gran negocio para proseguir su enriquecimiento a costa de los condóminos hacinados en esos edificios grises, con necesidad de tanques de oxigeno y alimentos.

La urgencia de atender las necesidades de sobrevivencia y con los pensamientos inducidos de la confortable vida en los rascacielos, le cegó sobre las urgencias coyunturales y no menos importante: ¡Saber en dónde estaban ubicados! Los residentes del perímetro, después del pánico por el fuerte sismo de un día cualquiera, salieron de la falsa seguridad habitacional y descubrieron que estaban rodeados por un camino de tierra que… ¡limitaba con un precipicio cóncavo y dieron la voz de alarma: ¡La tierra debajo de los cimientos de los edificios, está desapareciendo por la resequedad desértica que no se mira! El que no se vea o se conozca no exime de sus efectos.

Vieron en una curva del camino desolado ¡un árbol! Empero, adoctrinados en la ignorancia de rendir culto a la superficialidad, le culparon de desaparecer la tierra subterránea por buscar alguna gota de agua en los inexistentes mantos freáticos. Y fanatizados por el dogma de ser los propietarios del planeta y con el sofisma de actuar en defensa propia, en tumulto para sobreponerse al miedo, en cuestión de minutos arrancaron el árbol y… ¡el estruendo equivalente a una bomba atómica de cuarenta kilotones, antecedió a la polvareda creada por la caída del hábitat asfáltico que aplastó a los ensoberbecidos y mediatizados sobrevivientes de una especie en extinción!

Cumplido el presagio, quedó solamente uno, arrojado a las infernales superficies resquebrajadas, en donde clama: “¡Señor, ¿por qué me has abandonado?!” Y piensa: “¿O será que nosotros fuimos los que nos abandonamos? ¡Qué importa! Sea cual fuese la respuesta, de nada me sirve, como de nada sirvió en los últimos momentos de Marduk y después de Marte”.

Se acomodó en posición fetal. Apretó con sus brazos y manos las espinillas, con la esperanza de fusionarse con la tierra y hacerse uno, o como decían los antiguos: Polvo eres y en polvo te convertirás. Y… se constriñen las entrañas, como una mordida sangrante…

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