Arcano literario
Mario Luis Altuzar Suárez
Arcano Radio
…qué onda, ¿me das las tres?”, dice un septuagenario a una
mujer robusta de pelo cano con una cinta colorida, su vestido de colores
armoniza con la blancura de su piel que besa a los siete collares grandes que,
el imaginativo, serán perlas, y en la mano derecha, un cigarro forjado con Mary
Juanita, al tiempo que entrecierra los ojos para tratar distinguir al
interlocutor. Le inquiere:
- “¿Te conozco?”, y escucha un discurso que parece silabear
cada palabra:
- “¡Todos nos conocemos en la Voluntad del Universo! Escrito
está, Maesa, que debemos compartir, compartirnos, para fomentar el amor libre,
desinteresado y monógamo por decisión propia, sin las imposiciones de esas
cadenas de producción que llaman sociales”.
La mujer extiende la mano con el carrujo y sonríe al mirar a
sus dos amigas, una al lado derecho y, otra, ligeramente retrasada, sin
desvincularse en esa marea cercana al millón de personas con el “¡chap, chap,
chap!” de sus huaraches doble llanta en el fangoso y resbaladizo sendero en que
se cumple el mandato “hippietalista” del 18 de agosto de 1969, de estar en
respetuoso contacto con la naturaleza.
Reportaron los periódicos y medios electrónicos en esos días,
la “orgía de sexo, drogas y rock and roll de tres días en la granja de 240
hectáreas, Bethel, condado de Sullivan, a unos 171 kilómetros al Noroeste de
Nueva York, que pasó a la historia como el Festival de Woodstock y que muchos
años después, se le concedió la distinción a medio millón de seres humanos, de
haber sido un parteaguas de la historia, al ser un movimiento revolucionario
¡sin derramar una gota de sangre! Bueno, murieron tres, pero por sobredosis.
Jamás pensaron los empresarios neoyorquinos Joel Rosenman y
John P. Roberts que el concierto a 18 dólares por cada una de las sesenta mil
personas esperadas, trascendiera a una filosofía de vida con el lema “Amor y
Paz” con profundo sentido patriótico de los nacionales, al abrirse el evento de
32 artistas, con el Himno de Estados Unidos en la poderosa y solitaria guitarra
del washingtoniano, Jimi Hendrix.
Y aquí, cincuenta y cinco años después, aquí, en el Museo Hippie,
en el callejón de las Loras sin número, de San Marcos Sierra, Córdoba,
Argentina, en la reunión y conteniendo las patas del chamuco en los pulmones,
el identificado con sus iguales, los Baby boomers, expresa a la generosa mujer:
- “Estás bien gruexa, Maesa. ¡Gracias!”, y la responde: “¡Qué
estoy gorda! Mira como correspondes a que te comparta de mi itacate. Mira una
candorosa sonrisa al explicarse: “¡No! Nada de eso. No dije gruesa, de gorda,
sino que dije Gruexa, de tus robustos principios de fraternidad amorosa, comprensión
y tolerancia. ¡Somos duros e indestructibles! Forjados por nosotros mismos, al
superar la adversidad. Aunque incomprendidos por los Milenias, esa Generación
de Cristal incubada por sus padres, la Generación de Algodón que nos juzga y
sentencia. ¡Peace and love, Maesa!”
Sale de su ensimismamiento de mirar esa fotografía que
materializa al regresar a su tiempo y espacio, con la sacudida cerebral al escuchar
la lectura del Manifiesto hippietalista, en voz de Daniel Domínguez, mejor
conocido como “Peluca”, un bonaerense avecindado desde 1970, empieza la música
simple y sencillamente porque… desde 1969, ¡todos queremos rock para salvarnos
con el mundo!
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas,
México, 7 de junio del 2024.
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