Arcano Literario
Mario Luis Altuzar Suárez
…qué no! Me puedo caer”, exclama la septuagenaria regordeta
al sonriente anciano cuya mano izquierda sostiene la mano zurda de la mujer y
la mano derecha afianza el brazo, muy cerca de la axila, con el compás abierto
de las piernas verticales con chancletas no muy seguras, al igual que la
fémina, con sandalias en sus pies, el izquierdo adelante y el derecho atrás
sobre esa patineta que, dice el hombre fornido, “nos llevará a volar y sentir
el aire libre y fresco en los dinteles celestes en las alturas ¡tan
rejuvenecedores!, que al bajar, ninguna arruga se notará en todo el cuerpo”.
La mueca de preocupación en las mejillas sonrosadas,
enmarcan la boca que al abrirse grande y redonda, grita: “¡Qué me caigo!
¡Agárrame fuerte!” sin soltar la coqueta sombrilla protectora de los rayos
solares y que combinan con la bata de vivos florales sobre el vestido blanco
del tobillo al cuello. A la solicitud del acompañante de que deje el paraguas
para sol, se resiste con el argumento de que es indispensable para equilibrarse
al rodar las cuatro ruedas con ejes flexibles que invitan a desafiar a la
velocidad y en el curso, realizar piruetas tan singulares que serían la envidia
de un circo.
Refunfuña con voz miedosa y argumenta lo avanzado de la edad
para hacer esas locuras que ni de jóvenes, intentaron hacer, y eso que los monopatines
de su época ya habían evolucionado en diseño ergonómico que supera desde los
cincuenta del siglo veinte, a las tablas de navegación sobre las olas, ¡tan
duras!, o más que el mismo cemento de las banquetas y calles citadinas.
Sonríe al convencerla de que “del suelo no pasas” y del
riesgo mínimo de lastimarse porque a diferencia de las tablas de patinaje
urbanas, en el camino de tierra con follaje rústico a los lados, disminuye el
peligro sin descontar la firmeza de sus músculos que impedirán que caiga: “Es
cuestión de confianza, mujer, solamente confiar y verás cómo alcanzaremos el
cielo al cambiar el agua del mar por el aire y el algodón de las nubes”.
Quiere protestar y ríe al escuchar e razonamiento: “Se vive
solamente una vez, y es tan breve el tiempo, como un suspiro, un parpadeo efímero
que ¿tú crees que vale la pena el negarnos a experimentar y disfrutar cada
instante? ¡Mujer, es lo único que nos llevaremos! O como decían los abuelos: Pa’
qué tanto brinco estando el suelo tan parejo”. Rápida de pensamiento responde: “Ahí
está tu mentira: ¿Cuál suelo tan parejo si los montecitos y hoyos profundizan
lo sinuoso del camino y aumentan el peligro?”
La discusión impide que perciban la distancia recorrida y la
sombrilla fue la magia de aquella pluma mágica que sostenía el Gran Dumbo en
sus vuelos llenos de piruetas como máxima atracción del circo Casey Jr. Bueno,
ese era un cuento escrito en 1939 por la neoyorquina Helen Aberson-Mayer y que
inspiró la película de 1941 de Walt Disney. Situación distinta pero no
distante, porque diferente la forma del mismo fondo: La Fuerza de la Fe con la
Fuerza del Amor que, a cualquier edad, y más para los espíritus infantiles en
cuerpos cargados de tiempo, puede realizar cualquier prodigio, cualquier
milagro.
Tuxtla Gutiérrez,
Chiapas, México, 26 de septiembre del 2024.
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