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…ah! Cuánta felicidad reina en esta casa”, dice el recién
llegado al ver a dos ancianos obesos, viendo el televisor: El hombre, con los
pies sobre la mesa de centro en donde se calienta la cerveza, recostado en un
sillón, sostiene su mano derecha ese gesto de aburrimiento mientras la mano
izquierda la estira con el control inalámbrico de la televisión y a su lado, la
mujer de cachetes regordetes y sonrientes que enmarcan esa sonrisa de su rostro
feliz, pero… por lo que escucha en el celular, con un bote de frituras en las
piernas.
La visita observa a la pareja sexagenaria, custodiada por un
desganado gato amarillo a rayas, en el respaldo del sillón, con ellos, ¡pero
ausente! “El dogma de la felicidad, impuesto por los cánones sociales de vivir
para trabajar con la promesa intangible de la comodidad adquirida en
mensualidades módicas con la tarjeta de crédito de intereses bajos que le
permitirán habitar el Paraíso del materialismo innecesario, superficial y con fechas
de caducidad tan efímeras”.
Al ser ignorado por los anfitriones, tan concentrados en “disfrutar
su felicidad”, reflexiona: “¡Ah! ¡Cómo nos han engañado! Nos aislaron en el
culto al individualismo. Ahí está la pareja tan distante uno del otro. Nos
regatearon la sencillez de trabajar para vivir. Nos escondieron la dicha de
disfrutar los milagros cotidianos, de cada instante, de esos momentos de sentir
la caricia del aire, la calidez amorosa del sol, la tersura de la lluvia, de
reconocernos en un cuerpo lleno de energía de la tierra y del cosmos, dispuesto
a dar y recibir la solidez fraternal con nuestros iguales”.
Le embarga la tristeza al sentir ese frio recibimiento, como
si no existiera. Cada quien en su propio mundo. Se pregunta: “¿A dónde tiraron
la felicidad? Ese concepto que se hace vida en el estado de grata satisfacción en
la conjunción de lo espiritual con lo físico, en que reencontramos nuestra importancia,
nuestra divinidad interior para proyectarla, expandirla al exterior, a nuestro
entorno”.
Una realidad que, recuerda el observador en la sala, haber
visto plasmada en las pinturas del holandés de 67 años, Marius van Dokkum, como
un grito silente de que ¡estamos muertos en vida! Por la simple y sencilla
razón de que parasitamos robóticamente, como alimento de la ciencia y
tecnología con el sofisma de “cuánto tienes, cuánto vales” y en realidad, entre
más se tiene menos se vale.
Se despide: “Regreso otro día para seguir platicando”, el hombre
apenas musita: “Te esperamos” y la mujer alza la mano izquierda con un
movimiento oscilatorio sin dejar de atender su importante charla de celular.
Piensa: “Parece como aquel chiste en que le pregunta a una mujer que si habla
con el esposo cuando hacen el amor y responde: Sí tengo celular en ese momento,
claro que sí”. ¡Cosas de la felicidad del Tercer Milenio!
Tuxtla
Gutiérrez, Chiapas, México, 15 de agosto del 2024
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