Por Beatriz BARRAL
Periodista de nuestra asociada RNU
Rut
Pelaiza utiliza muñecas de trapo
en
sus clases de educación financiera
para
mujeres rurales en Perú.
Fundación
Microfinanzas BBVA en Perú.
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Rut Pelaiza y Sandra Mendoza son mujeres que nacieron sin
ningún privilegio y a las que nadie ha regalado nada. Viven en lugares remotos de Perú y de
Colombia, en comunidades donde todavía el machismo está fuertemente arraigado y
donde pocas mujeres se plantean una vida sin un hombre a su lado.
Como les ocurre a tantas campesinas, su inteligencia, capacidad
de trabajo y de sacrificio quedaba confinada a las cuatro paredes del hogar.
Rut y Sandra, sin embargo, supieron aprovechar la oportunidad cuando la
tuvieron delante y llegaron hasta Nueva York para participar en un evento sobre
“Mujeres como protagonistas del cambio”, organizado por la Fundación
Microfinanzas BBVA y ONU Mujeres durante la Comisión de la Condición Social y
Jurídica de la Mujer, el principal foro sobre igualdad de género que se celebra
anualmente en la ONU.
“Para mí lo que me pasa ahorita es un sueño hecho realidad”.
Rut Pelaiza lleva solo unas pocas horas en Nueva York, un lugar que
metafóricamente está en las antipodas de Abancay, la pequeña ciudad del sur de
Perú donde vive.
Ahorrar para poder escapar
Durante 15 años, Rut, que ahora tiene 40, fue ama de casa.
Vivía en la tierra del padre de sus tres hijas. “Él se sentía capaz, pero
quería que yo estuviera en la chacra, con los animales, los hijos”, cuenta.
Siempre quiso seguir estudiando, pero su esposo no se lo permitió. Asegura que
la familia de él la humillaba por su color de piel, tostado, su estatura,
menuda, y su delgadez. El padre de sus hijas sí trabajaba fuera de la casa. “Yo
me preguntaba, ¿por qué él tiene tarjetas, viene con ropa de empresa…? Me
sentía mal”, confiesa.
El hombre terminó “creando otra familia” y entonces Rut
decidió que tenía que hacer algo. “Lo que conseguía al vender mis animales lo
ahorraba en un banco, pero eso no lo sabían ni él ni mis hijas. Yo me sentía
segura y por eso lo dejé todo y decidí irme a la ciudad con mis tres hijas”.
Se fue a Abancay, la capital del departamento de Apurímac.
Dos de sus hijas estaban estudiando. Rut usó sus ahorros para comprar las cosas
necesarias para ellas, alquiló un cuarto y empezó a vender medias para ganar
dinero. Poco después, pudo sacar un crédito con el que incrementó su mercancía.
Así pasó dos años, hasta que se enteró de que había una convocatoria para
“capacitadoras”, personas que se encargarían de dar educación financiera en
zonas alejadas.
Rut solo había terminado quinto año de secundaria. Había
pasado 15 años sin estudiar y no sabía nada de informática. Aun así, se
presentó al examen. “Había cuatro cupos y cantidad de cola. Todos eran jóvenes,
estudiantes. Y yo era una señora, una tía”. Le entraron las dudas, pero su hija
la animó. “Entré a la entrevista, me preguntaron y preguntaron. Respondí con lo
que yo sé”, recuerda.
No se sentía muy confiada, pero lo logró. “Salió mi nombre. Me sentí emocionada y lo
único que hice fue llorar”, cuenta mientras se le caen de nuevo las lágrimas.
Empezó a trabajar como asesora en el programa “Ahorro para
todos” de la Fundación Microfinanzas BBVA, enseñando a otras personas, de zonas
rurales aisladas, cómo ahorrar. En sus charlas, conoció a mujeres que invertían
sus ahorros en la compra de animales, otras que lo guardaban en “una latita de
leche Gloria”.
Rut tiene un método de enseñanza muy particular: utiliza
unas muñequitas de trapo. “Para llegar a
la gente y que me entiendan mejor. Con el teatro con muñecas me prestan más
atención Y hago mis capacitaciones en quechua”, explica.
Independencia económica
Gracias a sus clases, se hizo muy popular en su ciudad. “Me
siento feliz porque toda la gente me conoce y me dicen ‘señora Rut, ya he
ahorrado, estoy ahorrando para la educación de mi hijo, para mi terrenito’”.
Ahora trabaja en un nuevo programa, “Palabra de Mujer”, en
el que otorga créditos a otras empresarias como ella que hasta ahora tenían
dificultades para obtener dinero sin el permiso de sus maridos. “Somos
dependientes de una misma, ya no dependemos del esposo”.
Rut ha logrado que sus hijas sigan estudiando. “Mi hija la
mayor está en la universidad, la segunda se está preparando para entrar y la
pequeña de 9 años está en cuarto de primaria. Mi sueño era comprarme un terreno
y lo logré, yo sola, sin necesidad de alguien”.
Sus logros son un ejemplo para las mujeres con las que
trabaja. “Me dicen, ‘Rut, si tú puedes, ¿por qué yo no?’ Tenemos manos, pies,
¿qué nos falta?”, relata. “Nada, solo nos falta decisión. Cuando una mujer se
decide, lo puede y llega a lograr esa meta que te trazas. Las mujeres somos
súper inteligentes y solo nos falta decisión. Con fuerza y voluntad llegamos a
lo que queremos”.
Los planes de futuro de Rut pasan por un mejor futuro para
sus hijas. “Lo único que quiero es que mis hijas terminen estudios superiores.
Y quiero estudiar yo también”. Quiere
cursar informática, un sueño imposible para ella hace unos años, pero al que
hoy se enfrenta con confianza. “Estoy orgullosa de mí misma y de lo que soy”,
dice con los ojos aguados.
Un negocio próspero y ecológico
Rut estaba acompañada por Sandra Mendoza, una ganadera y
agricultora colombiana. A los 18 años, heredó de su padre una finca y desde
entonces cría cerdos y cultiva café en San Antonio, en el departamento de
Tolima.
En su día no hay, prácticamente, un minuto libre. “Me
levanto a las cuatro y media o cinco de la mañana. Hago el desayuno y se lo reparto a los
obreros y miro qué hacen. Mando a mi hijo a la escuela. Vuelvo a la casa, hago
el almuerzo, lavo la cochera de los cerdos, reparto el almuerzo…” cuenta de
carrerilla cuando se le pregunta cómo es un día de trabajo normal para ella. La
incansable sucesión de tareas solo termina a las nueve de la noche, cuando se
va a la cama.
Sandra vive en una finca aislada. Para llegar al pueblo más
cercano tiene que ir a caballo, durante 40 minutos hasta el paradero y de ahí
tomar un jeep, otros 40 minutos hasta el pueblo.
No se toma libre ni el día de su cumpleaños. “Me acuerdo
porque me llama mi hijo para felicitarme”, dice.
Tiene tres hijos y un nieto. Su hijo menor, de 9 años, vive
con ella. “Mi hijo es ingeniero de sistemas y me hija estudió estética
integral”, dice orgullosa. “He bregado para que ellos puedan superarse, tener
un futuro, que no les toque tan duro como a una”.
Sandra se presentó por primera vez hace ocho años como
representante del comité cafetero de Tolima. Como ella dice, se
"quemó", no lo logró. “Volví a aspirar a los 4 años y fue la primera
mujer representante y presidenta del comité cafetero”. Ahora son cinco mujeres, de un total de 12,
pero los comienzos no fueron fáciles.
Abriéndose paso entre el machismo
“Empecé duro porque muchas veces no creían en mí. En el
pueblo mío el machismo es tremendo. Las señoras dependen mucho de ellos y a
veces ni siquiera las mujeres me apoyan. Hoy en día la mayoría de mis votantes
son hombres”, explica.
Sandra solo tuvo que ser ella misma para hacerles cambiar de
opinión. “Una le echa el cuento, ven el trabajo, que soy echada para adelante,
berraca, que tengo una finca, mi café, mis cerdos. Dicen, ‘uy una mujer
berraca, le vamos a regalar el voto’”.
Este año revalidó la posición con la votación más alta en su
pueblo y la segunda en el departamento, pero aún queda mucho por hacer. “Los
hombres siempre la miran a una con recelo.
Cuando salíamos a hacer la jornada en el campo decían que las mujeres
organicen la cocina. No señor, les toca igual. Yo nunca les hice caso”, dice.
Sandra fundó la asociación de mujeres cafeteras en San
Antonio. Así conoció la iniciativa Bancamía, que les presentó 40 medidas para
luchar contra el cambio climático. “Me gustó el biodigestor. Es algo que
produce gas por medio de estiércol de cerdo”, explica. Ella quería arreglar las
cocheras de sus cerdos y comprar uno, pero no tenía el dinero. “Bancamía me
prestó cinco millones de pesos e hice la cochera y el biodigestor. Y hoy en día
tengo gas y la cochera nueva. Empecé con una marranita y actualmente tengo
cinco y la cerda está embarazada otra vez”.
El biodigestor supuso otra entrada económica para su
familia. Obtiene gas, que usa para cocinar en lugar de leña y con lo que sobra
produce un abono orgánico que utiliza para sus cultivos. “Sembré más café y
crece más rápido y produce otro ingreso. Además, ya no contamino las quebradas
con el estiércol. Lo que produce la finca lo comen los cerdos y luego utilizo
el estiércol.”
Por su historia, Sandra fue seleccionada como representante
de mujeres rurales colombianas para ir a una conferencia en España y este año
en la ONU. “Ha sido algo que ni en sueño
pensaba que me iba a ocurrir esto. Nunca había salido de mi país, ni montado en
avión”.
Ahora, tiene muchos planes de futuro, para “seguir
mejorando” y hacer “crecer su cochera”. En tres años, planea llegar al comité
departamental de cafeteros, para lo que necesita la votación de cinco
municipios más. “Con la ayuda de dios creo que voy a lograr eso.”
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