En las nubes
Carlos RAVELO GALINDO, afirma:
Reconocemos este día que los poemas o las poesías nos hacen recordar
que vivir no es solo existir.
Que lo importante, ya sabemos, no es llenar la vida de años.
Sino llenar los años de vida.
Y nos permite su invisible presencia afirmar que, como
ellos, el que cultiva el silencio se hace más humano y pacífico. Mas consciente
y responsable. Más auténtico y alegre.
Vaya, para entenderlo, hagamos silencio y dejemos hablar al corazón.
Y recordar que la tristeza es un rechazo, no una ofrenda. Un
reproche, no una estimación. Una huida, en vez de un seguimiento.
Lo hacemos para agradecer. Al repasar la historia, la
cantidad de favores recibidos.
Brindamos por ello con tres bardos.
Uno de ellos, además fue médico cirujano, don Fortino
Rentería Meneses. Y progenitor de los Rentería Arroyave. Uno de ellos Teodoro.
“¡A ti, Madre mía, tierna y abnegada!
la del alma virgen, la del alma amada,
te vengo a cantar: no tiene mi lira un dulce sonido,
pues son sus acordes un hondo gemido,
pero que interpretan el inmenso amor tenido
Yo quiero ofrecerte de las bellas flores
sus lindos colores, sus suaves olores,
su santa pureza…Yo quiero ofrecerte los alegres sones,
de mustios zenzontles y alegres gorriones,
que con sus preludios calman la tristeza.
¡En ti, madre mía! Yo veo reflejado
los dulces recuerdos de mi padre amado
que se haya en el cielo.
Y por eso hoy tus hijos te ofrecen la palma,
símbolo de amores, símbolo del alma…
¡Oh Madre bendita! Eres de tus hijos sublime consuelo.
¡Madre idolatrada! ¡Madre bendecida!
A quien dulcemente debemos la vida: veme con pasión;
deja que en tu frente imprima yo un beso
que os doy con el alma, y lleva en exceso
vehementes latidos ¡de mi corazón!
Y también un breve poema de Fernando Celada Miranda, “El Cantor de los Obreros” “El cantor del Amor”, “El Cantor de Xochimilco”, cuya obra manumisora es excelsa.
“Madre: tu santo querer
que me da ventura y calma,
es caricia para mi alma,
Y latido para mi ser.
Eres la noble mujer
por cuidarme envejecida
eres la segura égida
que me sirve de consuelo
eres el sol de mi cielo
y el áncora de mi vida”.
Amado Nervo ser poeta era su vida. Fue su intimidad más profunda y expuesta. Escribir poesía le era indispensable. Así se recuerda a los cien años.
Mejor será leerle y continuar el camino con:
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡más tú no me dijiste que mayo fuese eterno! …
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Nada mejor que olvidarnos del cruel presente.
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