En las nubes
Carlos RAVELO GALINDO, afirma:
Según el Instituto
Nacional de Estadísticas y Geografía ,el número de personas que residen en
México en la actualidad es de ciento veintitrés cinco millones.
Estadísticas proporcionado por el Día Mundial de la
Población. Y don Ricardo Tapia Cisneros,
entre 1990 y 2017 el porcentaje de población de sesenta años y más, aumentó de
6.4 a 10.5 por ciento.
De 1970 a 2017 la razón de filiación demográfica paso de
107.6 a 59.9 dependientes por cada cien personas en edades activas. Y en 2015 la razón de mortalidad materna
fue de 34.6 defunciones de mujeres por cada cien mil nacidos vivos.
En ese mismo año fallecieron 12.5 niños menores de un año
por cada mil nacidos vivos.
Después de este importante dato del INEGI, hablemos de otra
clase de supervivencia.
Frente al aromático, nuestro amigo el de Oaxaca y médico por
añadidura, platicamos sobre los grandes
bebedores de café.
La cafemanía la han
tenido personajes importantes en la historia de la humanidad, ya que beber café
fue su necesidad y manía.
Y, preguntaríamos, ¿los convirtió, también, en genios? Fernando
Calderón Ramírez de Aguilar nos
completa la lista que teníamos
desde nuestro trabajo en el Instituto Mexicano del Café.
Honoré de Balzac.
Es conocido que el autor de la excelente y famosa Comedia Humana,
aquel forzado a la pluma que sacó a la luz una obra gigantesca antes de
extinguirse agotado a los cincuenta y un años, se excitaba a trabajar mediante
el uso inmoderado del café.
Balzac miraba con lucidez los efectos de esta bebida, sobre
la cual escribió paginas verdaderamente asombrosas. Recordaba que, al decir de algunos, la estimulación
producida por el café es muy pasajera. Al respecto declaró:
“El hecho es real pero el tiempo durante el que se goza de
las ventajas del café puede alargarse. Esta ciencia les es necesaria a muchas
personas para que no describa ahora la manera de obtener sus preciados frutos”.
“Vosotros, todos
ilustres candelas humanas, que os consumís por la cabeza, acercaos y escuchad
el evangelio de la vigilia y del trabajo intelectual”:
“El café machacado a
la turca es más sabroso que el café molido en el molinillo”.
“El principio deletéreo del café es el tanino, sustancia
maligna que aún no han estudiado los químicos. Cuando las membranas del
estómago están curtidas, esto es, cuando la acción del tanino propio del café
las ha embrutecido por su uso demasiado frecuente, se resisten a las
contracciones violentas que buscan los trabajadores y de ahí se siguen
perturbaciones graves si el aficionado continúa”.
Pero en la misma medida en que reconocía el poderoso efecto
que el café puede ejercer en las facultades intelectuales, Balzac se daba
cuenta de las perturbaciones que fatalmente ha de producir en el carácter y en
el comportamiento de quien hace de él un uso excesivo y dijo al respecto:
“El estado en que pone a uno el café tomado en ayunas en
condiciones magistrales produce una especie de vivacidad nerviosa que se
asemeja a la de la ira. Se alza la voz, los gestos muestran una impaciencia
enfermiza, quiere uno que vaya todo igual que van al trote las ideas.
“Está uno atolondrado, se encoleriza por naderías, se llega
a ese variable carácter del poeta que tanto acusan los tenderos. Se le atribuye
al prójimo la lucidez de que uno goza. Un hombre de ingenio, en ese momento ha
de guardarse mucho de mostrarse o dejar que nadie se le aproxime”.
Decía.
Jean Anthelme Brillat-Savarin.
Sucesivamente abogado, diputado a la Asamblea Constituyente,
presidente del Tribunal Civil del Ain, miembro del Tribunal Supremo y con
parentesco con madame de Recamier y en 1793, alcalde de Bellay. Dentro de su
obra La fisiología del gusto o meditaciones de gastronomía trascendente, preparó una parte para explicar cómo tomar café y era
un extraordinario tomador del mismo.
Ludwig van Beethoven.
En su difícil vida, el músico nunca se preocupó de la buena
comida, pero en lo que atañe al café se comportaba como un Brillat-Savarín:
había que emplear exactísimamente sesenta granos para preparar su tasa, ni uno
más ni uno menos por taza vienesa.
Su genio llegaba a encontrar hasta una equiparación entre
componer música y hacer un buen café. Es una gran compañía y uno solo nunca es
suficiente, hay que siempre probar y oír más.
Georges Louis Leclerc, conde de Buffon.
El más ilustre naturalista francés, el reorganizador del
Jardín du Roi (Jardin royal des plantes médicinales), y autor de la gigantesca
Historia natural general y particular, y del famoso discurso sobre el estilo,
Buffon era un gran aficionado al café, quien se preguntó si no había que ver en el café la fuente de la armonía
entusiasta que se encuentra en su estilo y asegura que muchas obras fueron
escritas en un estado de exaltación extraordinaria.
Jacques Delille.
Llamado l'abbé Delille porque antes de la Revolución
Francesa vivía de la renta de las abadías que había heredado, era uno de los
poetas más celebrados de su tiempo y un gran bebedor de café.
Joseph-Alphonse Esménard.
Este escritor, hoy bien olvidado, merece, aunque sea un
pequeño lugar en la memoria de los aficionados al café por los versos que
dedicó a la implantación del café en Martinique, sitio en donde había sido
cónsul.
Bernard le Bovier de Fontenelle.
Sobrino de Pierre Corneille, Fontenelle creía tener también
genio de autor dramático. Aun así, fue admitido en la Academia Francesa de la
que fue secretario perpetuo. Diariamente bebía una gran cantidad de café. Un
día que uno de sus amigos le dijo que el café lo envenenaría, le respondió hace
ochenta años que lo bebo. Muy lento tiene que ser, en efecto, para que aun no
me haya muerto. Fontenelle vivió cien años (1657-1757).
Léon Michel Gambetta.
Organizador de la resistencia en 1870, propagador
infatigable de las ideas republicanas, el ilustre tribuno había sido en su
juventud uno de los clientes habituales del Café Procope, que en la actualidad
es el café-restaurante más antiguo de París.
De Gambetta se cuenta la anécdota de que, al cenar con el
ministro de cultura, la señora Richard le preguntó si quería una taza de café.
¡Está bien, acepto, señora, pese a que hubiera preferido un
maza! Eso era nada menos que un café
servido en una jarra para cerveza, y le preguntó por qué, a lo que Gambetta
respondió que le cabía mucho más.
Carlo Goldoni.
Nacido en 1707 en Venecia, el que fue llamado el Molière
italiano, vivió en su ciudad durante la época del café y escribió una comedia
titulada La bottega del caffè, bebida de la cual consumió bastante toda su vida.
William Harvey.
Médico de James I y de Charles I, Harvey no sólo descubrió
la circulación de la sangre, sino también había descubierto el café en una
época en la que en Inglaterra era un producto muy raro y muy costoso. Legó a
sus colegas londinenses cincuenta y seis libras de café pidiéndoles que se
reunieran cada mes, en la fecha de su muerte, para tomarse una taza y al
notario que redactaba el acta le dijo, “de aquí vienen la dicha y el ingenio”.
Luis XV. Este ilustre aficionado era sin duda el único
hombre de su tiempo que pudo enorgullecerse de beber café procedente de una
plantación francesa, ¡privilegio verdaderamente regio! En efecto, los
invernaderos de Versalles abrigaban una docena de cafetos y el monarca se
ocupaba personalmente del tueste y de la preparación de la infusión.
Napoleón Bonaparte.
El emperador de los franceses era un gran consumidor de
café. “El café fuerte me resucita, me causa un escozor, una carcoma singular,
un dolor que no carece de placer”. Más me gusta sufrir que no sufrir.
Durante un bloqueo llegó hasta él un fuerte olor a café
tostado y viendo que era un cura le preguntó: Os he pillado, qué hacéis. Ya lo
veis señor, hago como vuestra Majestad: quemo los productos coloniales.
En fin, hay mucho más ilustres que han sido grandes
bebedores de café como Gioachino Rossini, Madame de Sévigné, Giuseppe Veri,
François-Marie Arouet (Voltaire), etcétera.
No cabe la menor duda de que el café es imperiosamente
necesario en la actualidad y la tecnología nos ofrece el café en grano, ya
tostado y listo para colocarse y hacerse en una cafetera Krupp o Nesspreso en
cápsulas de siete gramos y según el tipo que uno quiera.
Eso realmente ha hecho de la vida una delicia, aumenta el
intelecto. Y no te deja dormir, según me dice don José Antonio Aspiros, colega
fraterno.


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