Cuento
Por Mario Luis ALTUZAR SUÁREZ
-“… debo callar! ¡Debo guardar silencio!”, piensa el hombre de cuarenta y siete años ante los exigentes reclamos de una adolescente de quince años que mira tiernamente sin importar la ira contenida y que se resume en esa lapidaria frase:
-“Tengo derecho, ¿sabes? Tengo derecho a conocer la verdad. ¡De porque nos abandonaste!”
Frase que abre el recuerdo de esa tarde en una pizzería del norte de la ciudad, cuando se le destrozó el corazón al escuchar en medio del llanto, a su pequeña de cinco años:
-“¡Mi abuelo me gritó que eres un borracho!”, al interrogarle la razón, prosigue: “Es que el oso grande que me compraste la vez pasada que nos vimos, estaba en la cama y cuando pasó le dio un manotazo y lo tiró. Le reclame porque lo tiraba al peluche que le puse tu nombre y se burló con el argumento de que no vale la pena ni mencionarte porque nos abandonaste ya que eres un mal hombre” y soltó el llanto mientras la abrazaba y consolaba.
-“De los males el menor”, piensa el hombre al acariciar el suave pelo de la infante. Se tranquiliza y después de varios intentos por distraerla, acepta comer la piza con risas y frases de lo que harán días después, que generan un nudo en la garganta masculina ante la fría mirada de la madre que insiste en negar la grosería del abuelo, con el que se cambiaron y viven desde la separación.
Aspira profundamente para impedir que aflore el llanto y les acompaña a tomar un vehículo público con la amarga sonrisa de despedida: “¡Adiós, hija! El Padre Creador te cuide y te proteja”. Le da un beso que hoy está ausente ante el legítimo reclamo de la jovencita.
Mentalmente hace un balance: El mal menor era dejar de verla para evitarle problemas con la familia de su madre. ¡Nos condenaron a ser los abandonados! Ella de mí. Yo de ella. Creció y se formó con el ejemplo de la imagen de la madre. Fue adoctrinada con las justificaciones maternas, preparadas por los abuelos y los tíos. ¡Claro! Culpando de todos los males, al padre. ¡Esa era, entonces, la realidad de la hija desconocedora del sufrimiento y angustia paterna. Y se cumplió la sentencia profetizada en un momento de enfrentamiento entre los padres: “¡Ella me buscará!”
-“Es fácil hallarte ¿sabes? Aunque mi padrino se negó a darme información, acudí a un amigo de la escuela y le pedí ayuda para buscarte en internet. ¡Se puso triste cuando encontramos páginas y páginas digitales que hablan de ti o que son tuyas con tu obra. Por eso di contigo. Y aquí estoy. ¡Compensa mi esfuerzo y dime tu versión de lo sucedido!”, grita en el límite de la ira.
-“¡Mejor me callo para evitarle problemas de identidad! Nada de lo planeado puedo mostrarle. ¡El pasado me alcanza para ahogarme!”, piensa y con la garganta reseca, siente dolor en los pliegues de la laringe y apenas murmura: “¿Eso? Mejor pregúntale a tu madre… lo que ella diga esa será verdad”.
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