Cuento
Por Mario Luis ALTUZAR SUÁREZ
-“…ira! ¡Ira! ¡Ira!”, grita mi compañero con los ojos desorbitados y con el índice derecho dirigido al poniente en el cielo rojizo del atardecer desértico del cinco de mayo. Dirigimos la vista los otros ocho viajeros que cruzan el Bolsón de Mapimí, en la llamada Zona del Silencio en el desierto chihuahuense de 520 mil kilómetros cuadrados, en una destartalada pickup de tres toneladas y… ¡nada! Para nuestros ojos castos de adolecentes ávidos de aventuras, era imposible ver lo que señalaba desesperado nuestro compañero.
-“Yo creo que a este ca’ le dio golpe de calor y está desvariando”, ironiza el mayor escéptico, de unos 17 años y que adoptamos como líder de la misión en busca de la verdad de visitas extraterrestres que emergieron en julio de 1970, a raíz de que cayó en la zona un misil de pruebas Athena lanzado desde una base militar estadounidense cerca de Green River, Utah, y que se desvió sin control de su destino al polígono de WSMR. Éramos los habilitados ufólogos de 1973 con influencia directa de Pedro Ferriz Santa Cruz y su eslogan: Un mundo nos vigila”.
Otro compañero de la secundaria le acerca una cantimplora para que tome agua pero se detiene al grito de: “¡Pérate, pelao! ¡Lo vas a matar! A los insolados hay que darles agua de a traguitos para despegar lentamente los órganos internos bien calientes, y no se colapsen al recibir el líquido”.
Y destapan la cantimplora para servir en la tapa el agua pero son rechazados al intentar dársela: “¡Qué insolado ni que la pu’ ma’! Mis carnales, ¿no vieron lo que es señalé?” Ataja otro: “Nel, pastel, mano. No vimos tus loqueras, y sí ocho de nueve no lo vimos quiere decir que fue un espejismo, producto de tu mente acalorada”.
Pese a las diferencias de lenguajes de los integrantes de esta Legión Extranjera, que convergieron en Durango en sus vacaciones y se identificaron en sus inquietudes apresuradas de experimentar y descubrir los misterios de la vida, para iniciar esta “peligrosa misión”.
Un poco más calmados, y al pie de un cactus enorme que parece un tridente de Poseidón, el Dios del Mar, escuchamos el relato del agitado compañero: “¡Clarito lo vi! Era tres hombres con corona y grandes capas, montados en un camello, un elefante y un caballo, con majestuosas siluetas proyectadas por el candente sol en su ocaso. ¡Los tres Reyes Magos, ca’! Cruzaron el cielo del poniente al oriente. Y estar tarde es del cinco de enero, que la tradición marca que entregan a los niños sus juguetes en la noche”.
Traga saliva casi ahogándose, para proseguir su narración inverosímil: “Se acerco Gaspar en su caballo y me dijo que los sueños se hacen realidad y me dio un libro de cocina de Sofía Loren…”
Le interrumpo abruptamente: “¡Es imposible que un sabio sacerdote te quiera aparejar a tus 13 años con una mujer de 39 años de edad!” Al paso de los años, reconozco que los celos mordían mis entrañas al pensar que por determinación divina le entregaran a otro a la mujer que era mía en los momentos ocultos de culto onanista. Simplemente ¡era imposible pensarlo!
Sin embargo, recuerdo el recipiendario extrae de su camisola el libro escrito por la romana en 1968 cuando estaba embarazada de su hijo Edoardo Ponti, a mis tiernos 12 años de edad. Jamás descubrimos el misterio de dónde obtuvo el libro lo que confirmaría su visión que no espejismo de los sacerdotes llamados Magos.
Definitivamente la vida es un sueño breve que se eterniza en el espacio del recuerdo, al margen de las leyes científicas y dogmáticas que nos miden como una cinta métrica, para asignarnos en el espejismo de su realidad, un número y ubicación en un sistema social controlado en las profundidades del Arcano Original. ¿Sofía? Su belleza es respetada por el tiempo de sus primero 86 años en contraste al desgaste en mi cuerpo de 64 años y sus grandes tesoros de lo acumulado en vivencias de juventud que hoy cobran sus facturas.
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