Deslindes
Por Armando SEPULVEDA IBARRA*
Ni la algarabía de un ambiente artificial que escondió los
rencores y revanchas de muchos para su mejor tiempo, como evocación del
Eclesiastés, ni las frases hechas de los oradores en el Consejo Nacional
priísta, trajo aires de respiro a la realidad verdadera de que, entre sus
disputas soterradas, el neopriísmo continúa en picada, va en tercer lugar y
descendente en las preferencias electorales, sus aspirantes flotan en la
mediocridad e inspiran confianza mínima y, de remate, a su líder, al señor
Peña, algo así como 50 por ciento de la membresía lo rechaza e intenta en su
dudosa “disciplina” restarle influencia
en la selección del candidato a la Presidencia cuando les toque verse las caras
y medirse sus fortalezas y debilidades, un desequilibrio que puede arrumbar de
nuevo a “los que saben gobernar” a lo
más triste de la fatalidad de la historia.
Es un enigma saber hasta dónde rodará en su caída el nuevo
PRI y su cuestionado líder, el señor Peña, para la hora en que deban escoger a
su candidato presidencial de entre los impopulares pretendientes a serlo por
allá en noviembre de 2018, pero la verdad de hoy exhibe hacia el interior el
enojo de grupos y contingentes priístas de renombre y carrera y de buena parte
de sus bases, contra el huésped de Los Pinos y su corte, por haberlos desplazado
de los mandos por preferir el acomodo de “tolucos” e “hidalgos” en los puestos
clave y en las burocracias intermedias, donde los grandes presupuestos
(¡¡¡$$$!!!) alegran los corazones y los bolsillos de cualquier político de este
sistema que se tambalea devorado por la corrupción y la impunidad.
Por allí estuvo y atrajo reflectores y miradas, añoranzas y sueños, nada menos que el señor
Manlio Fabio Beltrones, depuesto presidente del nuevo PRI por el clan en el
poder después de sufrir las dolorosas derrotas electorales de junio pasado
atribuibles a los escándalos de los empoderados, léase Atlacomulcos y compañía.
Alumno del policía-político Fernando Gutiérrez Barrios, el sonorense placeó su
silueta cautelosa por entre los notables de hoy, como quien trae una sorpresa
para cuando se ofrezca iluminarla, a
pesar del recelo de los bisoños cortesanos del señor Peña, precandidatos
cohibidos en su pequeñez con alguien de oficio político y tamaño para su meta.
Hubo entre los asistentes muchos priístas como Beltrones descontentos con el
gobierno, con el Presidente y con el impuesto dirigente formal del tricolor, el
señor Enrique Ochoa, otro de los repudiados por el grueso de las antiguas
jerarquías y las bases por su arribismo de alcanzar el liderato sin haber
antecedente alguno de su militancia, con el dedazo presidencial.
Mas donde surgió de plano la realidad del acto y sus
circunstancias fuera de los oropeles, su crudeza que levantó cejas y contuvo
risitas sarcásticas, fue el instante de la faena oratoria, envidia de Cicerón o
de Protágoras y sus sofistas, de lanzar al vacío la consigna, ante la impavidez
uno que otro corrupto e impune saqueador expectantes ahí, de que el nuevo PRI
encabeza la lucha ¡contra la corrupción y la impunidad!, un inusitado desplante
más conque el oficialismo pretende olvidar
los orígenes, el pasado y el presente de aquél cáncer del sistema
político mexicano prohijado por sus antepasados en una escuela que dura y
mejora con los años hasta la fecha. Muchas fortunas mal habidas estaban allí
complacidas con la palabrería inofensiva, contando sus bolsas multimillonarias
para soportar el tedio discursivo.
Algunos columnistas y otros escribidores dados a opinar,
independientes unos y afines otros al servilismo lacayuno, han dado como un
hecho irrefutable que el señor Peña asumió todo el control del nuevo PRI y de
la candidatura para la sucesión presidencial con la imposición de sus fieles
del gabinete y demás alta burocracia como consejeros del tricolor, desde el
corrido señor Luis Videgaray hasta el señor de las erratas Aurelio Nuño;
piensan que este manso órgano colegiado de levanta manos avalará una decisión
del huésped de Los Pinos y sienten que el día del parto la fuerza y popularidad
del susodicho señor Peña andará por las nubes como para sacar adelante a quien
ilusionará que cuenta con arrestos suficientes como para llevar al clan a
perpetuarse en el poder. Detrás de este telón y de su farsa existen muchas
sombras y fantasmas que habrán de alumbrar el panorama en el momento de las
decisiones con un abanico de alternativas para la candidatura, o con
movimientos que sacudirán el piso a “tolucos” e “hidalgos” en el ocaso del
sexenio, la etapa en que sólo quedará la nostalgia del poder para contarla.
Sería de poca sensatez para los analistas ahondar en los
recovecos de la sucesión presidencial al interior del nuevo PRI sin desmenuzar
su largo y tenebroso camino por la vida política del país con la etiqueta de la
“dictadura perfecta”, su caída y vuelta a Los Pinos con mañas y lavado de
dinero y su nueva y actual decadencia, gracias a la corrupción y la impunidad y
la ausencia de estrategia y oficio político del grupo empoderado, al desplome
de la economía, a la violación de los derechos humanos, a la inseguridad, etcétera,
todo un coctel explosivo que los mortales cobrarán con sus votos en 2018 aun si
los neopriístas quisieran volver por sus fueros otra vez con la compra de votos
al por mayor. Quién sabe hasta dónde caerá el neopriísmo para entonces desde su
actual tercer lugar y el señor Peña desde el vigente repudio a su persona de 50
por ciento de su militancia y de 75 por ciento de la población, conforme
revelan las encuestas más recientes.
Una cosa es cierta e innegable: el neopriísmo se halla
enfermo como paciente crónico junto con sus contrarios de la supuesta
oposición, esos esperpentos de la política chicharronera identificados con las
siglas del panismo y el perredismo y sus satélites: su fin es previsible porque
han usado el poder sólo para enriquecerse y empobrecer más a los mexicanos,
empeorar las crisis recurrentes en lo político, económico y social y burlarse
de todos con la simulación del juego de la democracia.
Ante el desenfreno, la inmoralidad y la intemperancia de
estos tiempos de politiquillos sin ética ni vergüenza, Platón contemplaría que
la excelencia moral y política era un tema de mayor interés en la época de la
democracia ilustrada de Pericles y uno de los lemas de la ideología de los
sofistas. Para los desprestigiados políticos mexicanos sería su perdición.
A todos les llega su tiempo, aunque hoy los ciegue el
entusiasmo infatuado por los despojos del nuevo PRI.
*Premio Nacional de Periodismo de 1996.
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