Por Norma L. VÁZQUEZ ALANÍS
Para Arcano Radio
(Tercera y última
parte)
Antes de la Segunda Guerra Mundial, las concentraciones más altas de descendencia japonesa y japonesa fueron en Baja California, seguidas de Ciudad de México y Sonora. Foto: Archivo. |
Al pasar de los años, algunos de los japoneses que llegaron
a México para trabajar como asalariados, se preocuparon mucho por la educación
de sus hijos y, gracias a su gran capacidad de ahorro, pronto pudieron
establecer sus propios negocios, aseguró el profesor e investigador de la
Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e
Historia (INAH), Sergio Hernández Galindo.
Como ponente en el ciclo ‘Los que llegaron inmigrantes a
México’, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM), de
la Fundación Carlos Slim, el especialista indicó que en el poblado de Cerritos,
en San Luis Potosí, se integró una comunidad de inmigrantes del país del sol
naciente llegados a México en 1928.
Uno de los más destacados fue Kunihiko Iwadare, quien vino a
los 16 años y trabajó en la tienda de un paisano; años después abrió un enorme
almacén llamado ‘La Japonesa’ en Cerritos y, como necesitaba empleados, llamó a
más compatriotas suyos para trabajar con él. Así vino Tsutomu Kasuga (padre de
Carlos Kasuga, fundador de la división mexicana de productos lácteos Yakult),
que con el tiempo tuvo su propio negocio de dulcería.
Con estos inmigrantes surgió una nueva etapa de arribo de
japoneses a México, señaló el historiador. Esta vez fueron mujeres que se
casarían con los hombres ya establecidos aquí; llegaron en barco y no conocían
a sus parejas, pues generalmente el compromiso se hacía a través de un
mecanismo típicamente japonés de arreglo matrimonial a través de fotos o
cartas.
México recibió un número considerable de japonesas a finales
de los años 20 y en los 30, con el propósito de crear una nueva generación.
De los pocos inmigrantes que tenían mucho dinero para
invertir, destaca el señor Heiji Kato, quien estableció la tienda departamental
‘El Nuevo Japón’ en la avenida 20 de Noviembre de la capital del país, frente a
‘El Palacio de Hierro’, dijo Hernández Galindo.
El caso de Tatsugoro Matsumoto es especial, porque llegó en
1896 y su hijo Sanshiro en 1910, se establecieron en la colonia Roma donde
tenían el comercio ‘Flor Matsumoto’, así como su invernadero. Este japonés tuvo
muy buena relación no solo con Porfirio Díaz, sino con Francisco Madero, con el
golpista Victoriano Huerta y todos los mandatarios hasta el estallamiento de la
Segunda Guerra. Matsumoto fue quien mezcló semillas que trajo de Brasil, para crear
la jacaranda que hoy conocemos en calles y jardines de la ciudad de México.
Pero también hubo artistas que fueron atraídos por la
cultura de México, como Isamu Noguchi, quien, influenciado por el muralismo
mexicano, vino invitado por Diego Rivera para participar en un mural que se
pintaba en el mercado ‘Abelardo L. Rodríguez’. Noguchi era escultor e hizo su
obra en la parte superior del inmueble, una escultura contra el fascismo, que
era uno de los postulados del movimiento de muralistas encabezado por Rivera.
Noguchi era hijo de un inmigrante japonés y una estadounidense y fue uno de los
escultores más importantes del siglo XX; su obra está en la Unesco (París) y en
muchas otras partes del mundo.
También estuvo en México Tamiji Kitagawa, quien llegó en
1928 y realizó obras con influencia de la pintura mexicana, como un mural en el
cementerio de Tlalpan, barrio donde vivió; ahí fundó una escuela de pintura
para niños que luego se trasladó a Taxco. Otro fue Seki Sano, que llegó
exiliado en 1938 después de haber dejado Japón en 1930 para irse a vivir a la
Unión Soviética -era militante del Partido Comunista-, donde adquirió la
técnica de actuación de Stanislavsky. Era un gran director de teatro, así como
el gran formador del teatro clásico mexicano, y en el Instituto Nacional de
Bellas Artes fundó una escuela de actores de la cual egresaron importantes
figuras de las artes escénicas nacionales.
Crecía el ambiente antijaponés
Un ambiente de persecución contra los japoneses se extendió
por toda América y en 1924 Estados Unidos emitió una ley para impedir la
inmigración japonesa definitiva, es decir, cerró su frontera totalmente con el
argumento racial y genético de que los orientales contaminaban la pureza
blanca, según legislación promulgada por el presidente John Calvin Coolidge.
En 1941, cuando la guerra ya estaba cerca para Estados
Unidos, dentro de un entorno ya no solo militar sino racial contra las
poblaciones de japoneses, el gobierno de Washington decidió confinar a 120 mil
nipones en diez campos de concentración. Mediante la orden 90-66, el presidente
Franklin Delano Roosevelt determinó llevarlos a esos lugares, a pesar de que
las dos terceras partes de ellos eran ciudadanos estadounidenses pues habían
nacido en la Unión Americana. Tiempo después, ese gobierno reconoció que se
había excedido con esa ley impulsada por el odio racial y la histeria de
guerra, por lo cual décadas más adelante indemnizó a los agraviados.
Esta animadversión muy difundida contra los japoneses se
fundamentaba en que no solamente había que tenerle miedo al ejército japonés
que ya había atacado Pearl Harbor, sino a la ‘quinta columna’, el caballo de
Troya que iba a invadir América, de manera que periódicos de derecha o
izquierda de Latinoamérica generaban una gran hostilidad contra los inmigrantes
japoneses; el FBI y los órganos de inteligencia estadounidenses tenían
detectada perfectamente a toda la población de inmigrantes, sabían dónde
estaban concentrados estos núcleos de población (Baja California y Sonora); se
hicieron listas negras para impedir que los grandes negocios siguieran
funcionando y los japoneses sufrieron persecución en toda América latina.
México se sumó a esta alianza para combatir a los países del
Eje y decidió concentrar a toda la población japonesa dispersa por el país en
las ciudades de México y Guadalajara; la Dirección de Investigaciones Políticas
y Sociales mandó a esas personas para comunicarles que todos sus negocios y
familias debían concentrarse en ambas urbes, expuso Hernández Galindo.
Los japoneses más pobres fueron ayudados por la misma
inmigración con los fondos que había dejado la embajada de Japón cuando tuvo
que salir de México al romperse las relaciones diplomáticas, y con recursos que
aportaron para comprar un terreno de 250 hectáreas en la ex hacienda de Temixco
(hoy balneario de Temixco, Morelos) donde cerca de 800 personas con sus
familias fueron a cultivar arroz y verduras.
Después de la Segunda Guerra Mundial vinieron más japoneses,
llamados por sus paisanos tras la destrucción y pobreza que dejó el conflicto
bélico en su país. De estos inmigrantes destacaron el arquitecto Alberto Teruo
Arai, la diplomática Hisako Arai, ambos hijos de Arai Kinta, quien fuera el
primer secretario en la embajada japonesa en México durante la Revolución
Mexicana, y el pintor Luis Nishizawa, hijo de Kenji Nishizawa nacido en la
Prefectura de Nagano. México también atrajo a pintores japoneses como
Shinzaburo Takeda, originario de la ciudad de Seto, en Japón, y afincado en
Oaxaca desde 1978.
Actualmente en México hay cerca de diez mil japoneses
concentrados en la región del Bajío, en Guanajuato y Salamanca, principalmente,
que es donde están las grandes empresas automotrices y toda la serie de
proveedurías que las compañías japonesas traen. En León, por ejemplo, hay un
cartel de bienvenida a la ciudad escrito en japonés; la inmigración japonesa ha
tenido un gran impacto en esta ciudad guanajuatense, donde hoy día viven dos
mil 500 nipones ligados a empresas automotrices importantes.
Otra oleada llegó cuando la economía japonesa había crecido
muy fuerte antes de la llamada ‘burbuja’ de 1990, que provocó el desplome de la
riqueza del país del sol naciente. Entonces, la inversión japonesa en México
tuvo que retirarse, pero en el siglo XXI regresa paulatinamente, finalizó el
historiador Hernández Galindo.
Sergio Hernández Galindo es egresado de El Colegio de
México, donde se especializó en estudios japoneses. Ha publicado numerosos
artículos y libros sobre la emigración japonesa tanto a México como al resto de
Latinoamérica.
Su más reciente libro ‘Los que vinieron de Nagano. Una
migración japonesa a México’ (2015) aborda las historias de los emigrantes
provenientes de esa Prefectura antes y después de la guerra. En su reconocido
libro ‘La guerra contra los japoneses en México. Kiso Tsuru y Masao Imuro,
migrantes vigilados’ explicó las consecuencias que el enfrentamiento entre
Estados Unidos y Japón acarreó para la comunidad nipona décadas antes del
ataque a Pearl Harbor en 1941.
Ha impartido cursos y conferencias sobre este tema en
universidades de Italia, Chile, Perú y Argentina, así como en Japón, donde fue
parte del grupo de especialistas extranjeros en la Prefectura de Kanagawa y fue
becario de la Fundación Japón, adscrito a la Universidad Nacional de Yokohama.
Actualmente es profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del
Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario