Cuento
Por Mario Luis ALTUZAR SUÁREZ
…y nació como nacemos todos: ¡Dispuestos a guerrear la vida!
Todo tan igualito a nosotros mismo. Sin percepciones ni enseñanzas. Así nomás. Porque
en el momento mismo en que llegamos a este paréntesis plano, nada es fácil.
Incluso el primer respiro es doloroso y por eso emitimos un primer grito
desgarrador para soltar el primer llanto. Como anunciándonos lo que nos
esperaba porque comenzamos la batalla.
Cierto es que nada es sencillo. Nada nos es dado por si
acaso. Todo debemos buscarlo. Todo debemos encontrarlo. Todo debemos tomarlo.
Estar siempre alerta. En vigilia. Los sentidos bien abiertos. Siempre estar
bien despierto. Descodificar la acechanza. Intuir a los que se ocultan. Un
pestañeo, mi hermano, y se acabó la historia.
Defendernos y atacar para sobrevivir, todo al mismo tiempo. Con
la única finalidad de entregarnos en el servicio a nuestros iguales, a los que
nos son afines. Y queremos seguir aquí mismo, en esta fiesta sin importar saber
el por qué fuimos invitados. Un sendero tan lleno de tragos amargos que nos
enseñan a saborear, ¡qué sabrosura de sabor!, los escasos tragos dulces.
Así nos lo mostró Él mismo, al iniciar su peregrinar en su
camino nuestro Señor Colibrí Zurdo del Sur y que es, ni más ni menos, nuestro
peregrinar en nuestro propio camino. ¡Ni duda que cabe! Cómo olvidar esa su
seguridad ante el temor de su madre, nuestra Señora que Tiene su Falda de Serpientes,
y que amoroso le dijo: ¿No estoy yo aquí que soy tu hijo? ¿No estás bajo el
cuidado y la protección de este tu hijo?, Yo soy fuente de esa tu alegría y cuidaré
por esa tu vida que es la misma vida mía. No hay porque necesitar otra cosa.
¡Sin miedos! Nadie jamás podrá hacerte daño.
Y es que sus hermanos descreídos, estaban muy bravos. ¡Bien
enojados! Pensaban que su madre había deshonrado el linaje. Razonaban que era
imposible un embarazo sin pareja y muchos menos que de una bola de plumas, se
concibiera a uno de su número. Se sentía muy ofendida la hija conocida como La
Adornada de Cascabeles, y en su enojo, convenció a sus hermanos, Los
Cuatrocientos Surianos, de matar a la acusada de pecaminosa y al fruto de sus
entrañas.
Y fue un día que algunos ubican como el 19 de diciembre de
1142 de nuestra Era, aunque en realidad
no fue allí, sino que todos lo sabemos muy bien, fue mucho tiempo antes, por
allá del inicio de la formación de nuestro espacio universal, cuando los
hermanos vengativos quisieron satisfacer su ira.
Pero el coraje no deja pensar. Cuando se encontraban a las
puertas del Templo, nuestro Señor Colibrí Zurdo del Sur salió del útero
confortable, sí, de la barriga de su madre, nació y cortó el cordón umbilical.
Tenía su ropaje de guerra y con su poderosa Serpiente de Fuego, defendió su
heredad. Le habían dado la virtud de tomar la energía de cada enemigo que
vencía y dejaba caído en la batalla, y se hacía más grande, más poderoso.
¿Lo entiendes? Cada uno de nosotros somos igualitos. Tenemos
en nuestro interior a ese Niño que busca Nacer para proteger y defender a nuestro
Gran Templo, ese mismo que conocemos como el cuerpo físico que hospeda a lo
espiritual y que nos fue dado por Gracia Divina del Amor. Y nos fortalecemos,
nos hacemos más grandes, más poderosos, al enfrentar y superar cada una de las
adversidades o beber esos tragos amargos, para extraer el Néctar Divino de la
Gran Enseñanza de que nada es más grande que nuestra Conexión Divina con el
Hacedor de Todas las Cosas.
¿Qué? Bueno, bueno. Ya sé lo que piensas. Que nuestro Señor
Colibrí Zurdo del Sur murió definitivamente el 13 de agosto de 1521, como se
han esmerado en hacernos creer. Pero ¿será cierto eso que nos repiten tanto? ¿Y
tú crees eso que nos dicen tan repetidamente? Recuerda que la materia no se
crea ni se destruye, solamente se transforma. Así mismo es lo que sucede con todo
lo que nos rodea, en especial con esos sus festejos que llevan otro nombre,
otra forma, pero que, viéndolo bien, es el mismísimo fondo. Porque nada nos
puede ser quitado cuando se encuentra en nuestra sangre. Y Él dijo: No hay
porque necesitar otra cosa. ¡Sin miedos! Y nació, como nacemos todos.
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