De la Mesa de Redacción Rafael Castilleja
De Arcano Político
Empiezan las fiestas de la 484 Aparición de la Virgen de
Guadalupe al indígena chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin (Cuauhtlatoac, que
significa «el águila que habla» en idioma náhuatl), que nació en Cuauhtitlán,
entonces reino de Texcoco, en 1474 y murió en la Ciudad de México, el 30 de
mayo de 1548).
Este miércoles 9 de diciembre celebran a San Juan Diego, fue
beatificado (junto a San José María Yermo y Parres y los beatos Niños Mártires
de Tlaxcala) en la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México el 6 de mayo de
1990, durante el segundo viaje apostólico a México del papa Juan Pablo II.
Finalmente fue canonizado en 2002 por el mismo Juan Pablo II.
En la homilía de beatificación, el papa indicó cómo “las
noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe
simple [...], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia
moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de
eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad”.
Le dio el título Juan Pablo II a Juan Diego Cuauhtlatoatzin
“el confidente de la dulce Señora del Tepeyac”.
El sábado 9 de diciembre de 1531, (a sus ya 57 años de edad)
muy de mañana en el cerro del Tepeyac escuchó el cantar del pájaro mexicano
tzinitzcan, anunciándole la aparición de la Virgen de Guadalupe. Ella se le apareció
cuatro veces entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 y le encomendó decir al
entonces obispo, fray Juan de Zumárraga, que en ese lugar quería que se
edificara un templo.
Hay una quinta Aparición: Fue en el pueblo de Santa María,
Tulpetlac en el Estado de México en la cual dio la salud al tío de Juan Diego,
Juan Bernardino.
La primera mención que se hizo de Juan Diego fue en el libro
Nican Mopohua publicado por Luis Lasso de la Vega y atribuido a Antonio
Valeriano, quien escribió el Nican Mopohua hacia la década de 1550, es decir,
diecinueve años después de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
Es el mismo lugar en que, desde épocas prehipánicas se
encontraba un templo de adoración en el Tepeyac, cerca de la Ciudad de México a
Toci-Tonantzin (Nuestra Venerada Madre) que se entiende como la Madre de los
Dioses. Dicho templo fue destruido durante la Conquista de México. Sin embargo,
los monjes franciscanos mantuvieron una pequeña capilla en este lugar.
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