* El papa escribió una carta a los obispos de la Iglesia Católica con ocasión del "Día de los Santos Inocentes" * Texto completo de la carta *
De la Mesa de Redacción
De nuestra afiliada La Voz de América
Los obispos deben aplicar "claramente y lealmente la
consigna tolerancia cero" frente a los sacerdotes pedófilos, exigió el
papa Francisco en una carta divulgada este lunes por el Vaticano.
"Tomemos el coraje necesario para implementar todas las
medidas necesarias y proteger en todo la vida de nuestros niños, para que tales
crímenes no se repitan más", instó el papa en la misiva enviada a los
obispos con ocasión del "Día de los Santos Inocentes", que se festeja
el 28 de diciembre.
"Asumamos clara y lealmente la consigna ‘tolerancia
cero’ en este asunto", recalca el papa argentino.
En el texto, Francisco pide en varias ocasiones
"perdón" por un pecado que reconoce, lo "avergüenza",
"lamenta" y "llora", escribe.
"Nos unimos al dolor de las víctimas y su vez lloramos
el pecado. El pecado por lo sucedido, el pecado de omisión de asistencia, el
pecado de ocultar y negar, el pecado de abuso de poder", dice.
La iglesia "llora no sólo frente al dolor causado en
sus hijos más pequeños, sino también porque conoce el pecado de algunos de sus
miembros: la historia, el dolor de los menores que fueron abusados sexualmente
por sacerdotes".
Francisco instó a los obispos a tener también
"coraje" para proteger a los niños de lo que llama "los nuevos
Herodes, que fagocitan la inocencia de nuestros niños" a través del
"trabajo clandestino y esclavo", la "prostitución",
"las guerras", "la emigración forzada", sostiene.
"Miles de niños han caído en manos de pandilleros, de
mafias, de mercaderes de la muerte que lo único que hacen es fagocitar y
explotar su necesidad", advierte.
El papa latinoamericano denuncia con cifras oficiales a la
mano los abusos que padecen los niños en todo el mundo.
Unos 75 millones de niños debido a las emergencias y crisis
prolongadas han tenido que interrumpir su educación. En 2015, el 68% de las
víctimas de la trata sexual eran niños.
En el año 2016, se calcula que 150 millones de niños han
realizado trabajo infantil viviendo muchos de ellos en condición de esclavitud.
El jefe de la iglesia católica cita el último informe
elaborado por UNICEF y lanza un grito de alarma.
"Si la situación mundial no se revierte, en 2030 serán
167 millones los niños que vivirán en la extrema pobreza, 69 millones de niños
menores de 5 años morirán entre 2016 y 2030, y 60 millones de niños no
asistirán a la escuela básica primaria", recalcó.
TEXTO COMPLETO DE LA CARTA:
Por Canal romesreports.com
Querido hermano:
Hoy, día de los Santos Inocentes, mientras continúan
resonando en nuestros corazones las palabras del ángel a los pastores: «Os
traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la
ciudad de David, os ha nacido un Salvador» (Lc 2,10-11), siento la necesidad de
escribirte. Nos hace bien escuchar una y otra vez este anuncio; volver a
escuchar que Dios está en medio de nuestro pueblo. Esta certeza que renovamos
año a año es fuente de nuestra alegría y esperanza.
Durante estos días podemos experimentar cómo la liturgia nos
toma de la mano y nos conduce al corazón de la Navidad, nos introduce en el
Misterio y nos lleva paulatinamente a la fuente de la alegría cristiana.
Como pastores hemos sido llamados para ayudar a hacer crecer
esta alegría en medio de nuestro pueblo. Se nos pide cuidar esta alegría.
Quiero renovar contigo la invitación a no dejarnos robar esta alegría, ya que
muchas veces desilusionados –y no sin razones– con la realidad, con la Iglesia,
o inclusive desilusionados de nosotros mismos, sentimos la tentación de
apegarnos a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera de los
corazones (cf. Exhorta. Ap. Evangelii gaudium, 83).
La Navidad, mal que nos pese, viene acompañada también del
llanto. Los evangelistas no se permitieron disfrazar la realidad para hacerla
más creíble o apetecible. No se permitieron realizar un discurso «bonito» pero
irreal. Para ellos la Navidad no era refugio fantasioso en el que esconderse
frente a los desafíos e injusticias de su tiempo. Al contrario, nos anuncian el
nacimiento del Hijo de Dios también envuelto en una tragedia de dolor. Citando
al profeta Jeremías, el evangelista Mateo lo presenta con gran crudeza: «En
Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos»
(2,18). Es el gemido de dolor de las madres que lloran las muertes de sus hijos
inocentes frente a la tiranía y ansia de poder desenfrenada de Herodes.
Un gemido que hoy también podemos seguir escuchando, que nos
llega al alma y que no podemos ni queremos ignorar ni callar. Hoy en nuestros
pueblos, lamentablemente –y lo escribo con profundo dolor–, se sigue escuchando
el gemido y el llanto de tantas madres, de tantas familias, por la muerte de
sus hijos, de sus hijos inocentes.
Contemplar el pesebre es también contemplar este llanto, es
también aprender a escuchar lo que acontece a su alrededor y tener un corazón
sensible y abierto al dolor del prójimo, más especialmente cuando se trata de
niños, y también es tener la capacidad de asumir que hoy se sigue escribiendo
ese triste capítulo de la historia. Contemplar el pesebre aislándolo de la vida
que lo circunda sería hacer de la Navidad una linda fabula que nos generaría
buenos sentimientos pero nos privaría de la fuerza creadora de la Buena Noticia
que el Verbo Encarnado nos quiere regalar. Y la tentación existe.
¿Será que la alegría cristiana se puede vivir de espaldas a
estas realidades? ¿Será que la alegría cristiana puede realizarse ignorando el
gemido del hermano, de los niños? San José fue el primer invitado a custodiar
la alegría de la Salvación. Frente a los crímenes atroces que estaban
sucediendo, san José –testimonio del hombre obediente y fiel– fue capaz de
escuchar la voz de Dios y la misión que el Padre le encomendaba. Y porque supo
escuchar la voz de Dios y se dejó guiar por su voluntad, se volvió más sensible
a lo que le rodeaba y supo leer los acontecimientos con realismo.
Hoy también a nosotros, Pastores, se nos pide lo mismo, que
seamos hombres capaces de escuchar y no ser sordos a la voz del Padre, y así
poder ser más sensibles a la realidad que nos rodea. Hoy, teniendo como modelo
a san José, estamos invitados a no dejar que nos roben la alegría. Estamos
invitados a custodiarla de los Herodes de nuestros días. Y al igual que san
José, necesitamos coraje para asumir esta realidad, para levantarnos y tomarla
entre las manos (cf. Mt 2,20). El coraje de protegerla de los nuevos Herodes de
nuestros días, que fagocitan la inocencia de nuestros niños. Una inocencia desgarrada
bajo el peso del trabajo clandestino y esclavo, bajo el peso de la prostitución
y la explotación. Inocencia destruida por las guerras y la emigración forzada, con
la pérdida de todo lo que esto conlleva. Miles de nuestros niños han caído en
manos de pandilleros, de mafias, de mercaderes de la muerte que lo único que hacen
es fagocitar y explotar su necesidad.
A modo de ejemplo, hoy en día 75 millones de niños –debido a
las emergencias y crisis prolongadas– han tenido que interrumpir su educación.
En 2015, el 68 por ciento de todas las personas objeto de trata sexual en el
mundo eran niños. Por otro lado, un tercio de los niños que han tenido que
vivir fuera de sus países ha sido por desplazamientos forzosos. Vivimos en un
mundo donde casi la mitad de los niños menores de 5 años que mueren ha sido a
causa de malnutrición.
En el año 2016, se calcula que 150 millones de niños han
realizado trabajo infantil viviendo muchos de ellos en condición de esclavitud.
De acuerdo al último informe elaborado por UNICEF, si la situación mundial no
se revierte, en 2030 serán 167 millones los niños que vivirán en la extrema
pobreza, 69 millones de niños menores de 5 años morirán entre 2016 y 2030, y 60
millones de niños no asistirán a la escuela básica primaria.
Escuchemos el llanto y el gemir de estos niños; escuchemos
el llanto y el gemir también de nuestra madre Iglesia, que llora no sólo frente
al dolor causado en sus hijos más pequeños, sino también porque conoce el
pecado de algunos de sus miembros: el sufrimiento, la historia y el dolor de
los menores que fueron abusados sexualmente por sacerdotes. Pecado que nos
avergüenza. Personas que tenían a su cargo el cuidado de esos pequeños han
destrozado su dignidad. Esto lo lamentamos profundamente y pedimos perdón. Nos
unimos al dolor de las víctimas y a su vez lloramos el pecado. El pecado por lo
sucedido, el pecado de omisión de asistencia, el pecado de ocultar y negar, el
pecado del abuso de poder. La Iglesia también llora con amargura este pecado de
sus hijos y pide perdón. Hoy, recordando el día de los Santos Inocentes, quiero
que renovemos todo nuestro empeño para que estas atrocidades no vuelvan a
suceder entre nosotros. Tomemos el coraje necesario para implementar todas las
medidas necesarias y proteger en todo la vida de nuestros niños, para que tales
crímenes no se repitan más. Asumamos clara y lealmente la consigna «tolerancia
cero» en este asunto.
La alegría cristiana no es una alegría que se construye al
margen de la realidad, ignorándola o haciendo como si no existiese. La alegría
cristiana nace de una llamada –la misma que tuvo san José– a tomar y cuidar la
vida, especialmente la de los santos inocentes de hoy. La Navidad es un tiempo
que nos interpela a custodiar la vida y ayudarla a nacer y crecer; a renovarnos
como pastores de coraje. Ese coraje que genera dinámicas capaces de tomar
conciencia de la realidad que muchos de nuestros niños hoy están viviendo y
trabajar para garantizarles los mínimos necesarios para que su dignidad como
hijos de Dios sea no sólo respetada sino, sobre todo, defendida. No dejemos que
les roben la alegría. No nos dejemos robar la alegría, cuidémosla y ayudémosla
a crecer.
Hagámoslo esto con la misma fidelidad paternal de san José y
de la mano de María, la Madre de la ternura, para que no se nos endurezca el
corazón.
Con fraternal afecto,
FRANCISCO
Vaticano, 28 de diciembre de 2016
Fiesta de los Santos Inocentes, Mártires
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