Textos en libertad
(Primera de dos partes)
Por José Antonio ASPIROS VILLAGÓMEZ
Para Arcano Radio
El 26 de octubre se cumplieron 551 años del natalicio del
humanista, filósofo, filólogo, teólogo, escritor, religioso y profesor holandés
Erasmo de Rotterdam, cuyo libro más famoso es Elogio de la locura y a quien cada
doce meses conmemoran, porque lo reconocen como su patrono, los profesionales
de la edición dedicados a la corrección de estilo.
A riesgo de que nos digan “ya lo leí” (podría darse el raro
caso), no parece tan loco reseñar el contenido de este ameno tratado filosófico
de sólo 127 páginas en la versión de Editores Mexicanos Unidos (2014) con
traducción directamente del original Stultitiae Laus (1511) a cargo de Mercedes
Ferrer Valverde.
Ferrer considera a Erasmo “el mejor de mis amigos” y lo ubica
como el primero o segundo de “esos doctorcillos en griego” que se esfuerzan en
hacernos creer que los teólogos --quienes quitan o cambian palabras a
conveniencia a las fuentes originales-- son ignorantes.
La obra está dedicada por Erasmo a su amigo Tomás Moro y le
explica por qué escribió sobre las ridiculeces humanas y no sobre las torpezas.
Y de las cuatro definiciones que tiene la locura en el diccionario, el autor
distinguió dos: la que genera maldad y la que provoca placer.
En resumen, se trata de un autoelogio de la propia locura,
la cual se considera a sí misma una divinidad más importante y venerada que los
otros dioses de los humanos. En el libro ella siempre lleva la voz narrativa en
primera persona, sin diálogos, y proyecta el pensamiento del autor sobre la
conducta de la gente.
Según esta tesis cualquier acto es obra de la locura, aunque
al final ésta misma dice a los lectores: “no me hagan caso, ya no recuerdo todo
lo que les dije, mejor apláudanme, pórtense bien, diviértanse”.
Pero es imposible ignorar cómo desmenuza cada ocupación de
su época; afirma que los filósofos presuntuosos, los frailes y hasta las
divinidades del Olimpo le deben todo a la locura, que tiene como aliada a la
prudencia.
Héctor Subirats, el prologuista, llama a Erasmo “pacifista
radical” y “escritor independiente y cosmopolita que defendió su libertad
intelectual y moral” y para quien de la locura provienen la amistad, la
alegría, el placer y la felicidad. Afirma que la naturaleza sembró por todas
partes la semilla de la locura; que ésta aconsejó a Júpiter crear a la mujer, y
que todas las mujeres están locas, lo mismo que la mayor parte de los hombres.
Dice que “las mayores locuras” son el amor propio y la
guerra, que los mercaderes son “los locos más despreciables”, lo mismo que
quienes enseñan gramática (la que “atormenta a un hombre durante toda su vida”)
y que los animales que sólo siguen las leyes de la naturaleza, gozan de mayor
júbilo que los hombres más cercanos a la sabiduría que a la felicidad.
Critica acremente el lenguaje y la gramática de los
teólogos, a los monjes que no cumplen con la caridad, y a los príncipes, papas,
cardenales y obispos por la “vida agradable que llevan, carente de humildad
cristiana”.
Y para reforzar todo su discurso, cita a quienes se han
referido a ella, como Horacio, Cicerón, el Eclesiastés, Salomón, Jeremías y san
Pablo, personaje este último que atribuye la locura a Dios y dice que también
Cristo se manifiesta como un loco.
En su parte final, donde trata aspectos teológicos, sostiene
que todas las facultades humanas dependen de los órganos del cuerpo en mayor o
menor medida, divide a la humanidad en mundanos y devotos y agrega que ambos se
consideran mutuamente locos, aunque estos últimos merecen más el título pues
suspiran por la felicidad celestial, que comienza a ser más perfecta durante la
“reunión gloriosa de los cuerpos con las almas”.
Tales son las ideas de Erasmo de Rotterdam, expresadas en
voz de la locura, pero no es por ellas que los también enloquecidos correctores
de estilo lo tienen como su patrono, sino por los motivos que diremos en la
siguiente entrega de estos Textos en libertad.
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