* Un equipo multidisciplinario del INAH hizo la aproximación fidedigna, hasta ahora única, del entierro de una alta dignataria maya del periodo Clásico
* El escenario donde se muestra en todo su esplendor el arte funerario que envolvió a la Reina Roja, es la magna exposición Golden kingdoms
De la Mesa de Redacción Rafael Castilleja
De Arcano Político
Dispersos como galaxias en un universo carmesí, los cientos
de cuentas y teselas que componían el ajuar funerario de la Reina Roja
aparecieron hace 23 años ante la mirada incrédula de los arqueólogos. Ha debido
pasar más de un milenio para que estos ornamentos vuelvan a recrear, en
conjunto, la forma en que Tz’ak-b’u Ajaw, la “Señora Sucesión”, fue ataviada
para su última morada: el Templo XIII de la antigua Lakam’ha, hoy llamada
Palenque.
Un equipo multidisciplinario del Instituto Nacional de
Antropología e Historia (INAH) ha hecho posible esta aproximación fidedigna,
hasta ahora única, del entierro de una alta dignataria maya del periodo
Clásico, la supuesta consorte del gobernante Pakal. El escenario donde por vez
primera se muestra en todo su esplendor el arte funerario que envolvió a la
Reina Roja, es la magna exposición Golden kingdoms, que se presenta en el Museo
J. Paul Getty, y que a partir del próximo 28 de febrero podrá visitarse en el
Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, Estados Unidos.
La reconstrucción del ajuar funerario contó con el apoyo
financiero del Instituto de Investigación Getty, y se basa en el minucioso
registro que de estos materiales llevó a cabo el equipo del Proyecto
Arqueológico Palenque. Cabe mencionar que ya hace unos años, el experto Juan
Alfonso Cruz había realizado la restauración de la máscara de malaquita y el
collar de la Reina Roja, siendo los únicos elementos del ajuar que se habían
expuesto con anterioridad.
Con toda esta información, a la que se suman los estudios
antropofísicos y antropométricos hechos a los restos óseos del personaje por
especialistas como Arturo Romano y Vera Tiesler, es que en los últimos meses se
ha trabajo en “dar el salto” de la bidimensión de los dibujos reconstructivos e
interpretativos de la inhumación de la Reina Roja, al montaje de las piezas en
una tercera dimensión, en particular del tocado, el pectoral y las pulseras.
Ése ha sido uno de los principales retos para el restaurador
Constantino Armendáriz, hacedor de tales dibujos (series donde se observan las
diferentes capas de deposición de los objetos) y quien hizo el trabajo de
“reconstrucción” de los elementos, tomando en cuenta la anatomía de esta
dignataria maya que falleció entre los 50 y 60 años de edad.
“Sin todos los años de dibujo, de todo el modelado, sin
insistir en cada uno de los detalles: de los bordes, de la forma de las
teselas, habría sido imposible llevar a buen puerto esta propuesta de montaje,
la cual esperamos aterrice también en un mediano plazo en el Museo ‘Alberto Ruz
Lhuillier’, de la Zona Arqueológica de Palenque”, expresa.
Armendáriz hizo mancuerna con el arqueólogo Arnoldo González
Cruz, quien en 1994 —junto con su colega Fanny López— descubrió el sarcófago de
la Reina Roja. Ambos proponen ahora una recreación real del momento en que fue
amortajado el cuerpo de Tz’ak-b’u Ajaw hace mil 345 años, un ceremonial que
Arnoldo González, director del Proyecto Arqueológico Palenque, describió a
detalle en su libro (INAH, 2011) sobre la dignataria maya:
“Tras ejecutar los rituales que corresponden a su estatus,
su organismo (de la Reina Roja) fue purificado con agua y posteriormente
embadurnado por completo con cinabrio. Posteriormente, le fue colocada su mejor
indumentaria; un pik de algodón que le cubría el cuerpo desde abajo de los
senos hasta la altura de los tobillos y sobre ésta, un k’ub (pectoral), también
de algodón que llegó a envolverle el pecho y la parte superior de los brazos,
que estaba adornado con numerosas cuentas de jade y concha que cubrían casi
toda su superficie.
“Sus largos cabellos fueron arreglados en numerosas trenzas
para conseguir un soporte abultado que permitiera colocarle el tocado del dios
Narigudo compuesto de teselas de jade, concha y piedra caliza, que había sido
concebido para encumbrar la condición suntuosa de su portadora en el más allá”.
La reconstrucción de un tocado
Fue así como el área de restauración del campamento de
Palenque devino durante algunos meses de 2017 en una especie de taller de alta
costura, en donde los bocetos debían traducirse en piezas únicas. Para armar el
citado tocado del dios Narigudo, Constantino Armendáriz hubo de “barajar” un
conjunto de 103 teselas de jadeíta, 14 piezas de concha y 37 pequeños
fragmentos de caliza.
Aunque su familiaridad con la “Reina Roja” comenzó hace 12
años, cuando empezó a delinear los primeros dibujos sobre el contexto
funerario, el restaurador destaca la dificultad de llevar éstos a una
reconstrucción certera. Por ejemplo, para abordar el tocado, debió considerar
que reposaba sobre una bóveda craneana con un pronunciado modelado (de tipo
tabular oblicuo).
Una secuencia fotográfica sobre la que se colocaron cada una
de las piezas numeradas del tocado, fue el punto de partida. Las dos conchas ligeramente
curvadas corresponderían a los ojos, la pieza de jadeíta en forma de “S”
representaría la trompa; las dos conchas en forma de gancho, así como un par de
conchas dentadas, formarían parte de los colmillos y dientes, apoyadas sobre
una serie de teselas de jadeíta que constituirían la mandíbula superior, la
cual estaría rodeada por las piedrecillas de caliza.
Para hacer la propuesta volumétrica de la pieza, el
especialista realizó diversos acercamientos observando la forma de cada tesela
para deducir el tipo de soporte que las mantuvo unidas. “En el caso de la
máscara lo que se debe lograr es un retrato; sin embargo, el tocado es más
complejo porque guarda una disposición triangular, y si bien sabemos alude a
una figura zoomorfa, desconocemos la representación como tal”, señala.
Armendáriz concluyó que el tocado debió tener una forma de
media caña y empezó a experimentar con un sinnúmero de montajes, primero a base
de plastilina no grasa, después para tener mayor rigidez se propuso una
estructura forrada de malla de alambre y pasta cerámica en frío, y finalmente
una de madera de cedro.
El modelado sobre estos soportes fue de tal meticulosidad,
que para llegar a bordes finos se optó por reproducir utensilios que
probablemente usaban los artistas mayas, como espátulas miniatura rematadas con
la representación de una mano. Asimismo, para pegar cada una de las teselas a
la superficie se utilizó el copal, resina que funcionaba como adhesivo, según
han reportado análisis de piezas prehispánicas como la Máscara de Malinaltepec.
Hilando un pectoral
De igual modo iniciaron las labores de restauración del k’ub
o pectoral de la Reina Roja, partiendo del registro fotográfico de los objetos
que en 1994 aparecieron sobre el tórax del personaje: 172 cuentas de jadeíta,
cuatro navajillas de obsidiana, cinco conchas de nácar, dos perlas y una aguja
de hueso.
El arqueólogo Arnoldo González y el restaurador Constantino
Armendáriz explican que por su cantidad, forma y tamaño, las cuentas debieron
estar sujetas a un soporte de tela y se ubicaron solamente en la parte frontal
del cuerpo, pues 90 por ciento de ellas aparecieron en la primera capa de
deposición. El k’ub era una capa que cubría una superficie continua, las
cuentas de mayores dimensiones se ubicaban a lo largo de las orillas
delimitando entre siete y nueve hiladas.
Los objetos más importantes del mismo eran dos emblemas de
la realeza: una pequeña concha esgrafiada y un rosetón con los rasgos
sobresalientes de un mono araña. Juntos formaban un medallón con la
representación del dios Sol que debería ir en la parte inferior del tórax y
sujeto al pectoral.
Cada cuenta fue pesada y medida. Armendáriz trazó un dibujo
de forma radial para ver si guardaban un patrón entre sí —la mayoría son de
forma discoidal con una perforación al
centro—, capa tras capa, descartando que tuvieran una doble faz. Para unirlas
como lo estuvieron alguna vez sobre el pecho y los hombros de la Reina Roja, se
utilizó un textil y adhesivos que no hacen reacción con los materiales líticos.
Como narra el arqueólogo Arnoldo González, las exequias de
la Reina Roja efectuadas en 672 d.C., se completaron colocando una diadema
doble sobre su frente, pulseras en ambas muñecas, dos orejeras y dos cuentas
globulares de jade atadas a sus tobillos. Finalmente, le fueron colocados el
cinturón real y la máscara de malaquita, guardando su identidad para la
posterioridad.
Gracias a la integración que se ha hecho del ajuar
funerario, los especialistas se han encontrado muy cerca, como nunca antes, del
momento en que el cuerpo inerte de la Reina Roja, Tz’ak-b’u Ajaw, la “Señora
Sucesión”, fuera dispuesto en su última morada en el “Lugar de las grandes
aguas”.
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