Arcano financiero
Por Kristalina GEORGIEVA*
Directora Gerente del FMI
Especial para Arcano Radio
Mientras los ministros de finanzas y gobernadores de bancos
centrales del G-20 se reúnen virtualmente esta semana, el mundo continúa
recuperándose de la peor recesión en tiempos de paz desde la Gran Depresión.
El FMI proyectó recientemente un crecimiento del PIB mundial
de 5,5% para este año y de 4,2% para 2022. Sin embargo, va a ser una
recuperación larga e incierta. La mayor parte del mundo se enfrenta a una lenta
distribución de las vacunas mientras se propagan nuevas mutaciones del virus, y
las perspectivas de recuperación presentan peligrosas divergencias entre países
y regiones.
No cabe duda de que la economía mundial se halla ante una
encrucijada. La pregunta es: ¿tomarán las autoridades medidas para evitar esta
Gran Divergencia?
Como se señala en nuestra nota para la reunión del G-20,
existe un riesgo considerable de que, mientras las economías avanzadas y
algunas de mercados emergentes se recuperan a mayor velocidad, la mayoría de
los países en desarrollo languidezcan durante años. Esto agravaría no solo la
tragedia humana de la pandemia, sino también el sufrimiento económico de los
más vulnerables.
Estimamos que, para el final de 2022, el ingreso per cápita
acumulado será un 13% inferior a las proyecciones previas a la crisis en las
economías avanzadas, frente a 18% en los países de bajo ingreso y 22% en las
economías emergentes y en desarrollo, excluida China. Este impacto previsto en
el ingreso per cápita incrementará en varios millones el número de personas en
situación de pobreza extrema en el mundo en desarrollo.
Por lo tanto, la convergencia entre países ya no puede darse
por sentada. Antes de la crisis, pronosticamos una reducción de las brechas de
ingreso entre las economías avanzadas y 110 países de economías emergentes y en
desarrollo para el período 2020–22. Sin embargo, ahora estimamos que tan solo
52 economías lograrán convergir durante ese período, mientras que otras 58 se
quedarán rezagadas.
En parte, esto se debe al acceso desigual a las vacunas.
Incluso en el mejor escenario, se espera que la mayoría de las economías en
desarrollo no alcancen una cobertura vacunal generalizada hasta finales de 2022
como pronto. Algunas están especialmente expuestas a sectores muy perjudicados
por la pandemia, como el turismo y las exportaciones de petróleo, y la mayoría
están lastradas por su limitado margen de maniobra presupuestario.
El año pasado, las economías avanzadas desplegaron en
promedio un 24% de su PIB en medidas fiscales, frente a tan solo 6% en los
mercados emergentes y menos de 2% en los países de bajo ingreso. Las
comparaciones entre países también muestran que medidas de apoyo más
sustanciales se asociaron en muchos casos con una menor pérdida de empleo.
Además, no se trata solo de divergencias entre países.
También observamos una aceleración de la divergencia dentro de los países: los
jóvenes, los trabajadores menos cualificados, las mujeres y los trabajadores
informales se han visto afectados de manera desproporcionada por la pérdida de
puestos de trabajo. Y millones de niños todavía sufren interrupciones en su
educación. Permitir que se conviertan en una generación perdida sería un error
imperdonable.
Se agravarían igualmente las cicatrices económicas duraderas
dejadas por la crisis, lo que complicaría aún más el objetivo de reducir la
desigualdad e impulsar el crecimiento y el empleo. Pensemos en los retos que
nos esperan: solo para el conjunto de las economías del G-20 (con la exclusión
de India y Arabia Saudita por limitaciones de los datos), se proyecta que se pierdan
más de 25 millones de puestos de trabajo este año y cerca de 20 millones en
2022, con respecto a las proyecciones previas a la crisis.
Así que una vez más nos hallamos ante una encrucijada, y si
queremos revertir esta peligrosa divergencia entre países y dentro de ellos,
debemos adoptar ya medidas de política contundentes. Veo tres prioridades:
Primero, redoblar los esfuerzos para acabar con la crisis
sanitaria.
Sabemos que la pandemia no habrá terminado en ninguna parte
hasta que termine en todas partes. Aunque últimamente se han reducido las
nuevas infecciones en todo el mundo, nos preocupa que hagan falta varias rondas
de vacunación para mantener la inmunidad frente a las nuevas variantes.
Por eso necesitamos una cooperación internacional mucho más
fuerte que permita acelerar la distribución de vacunas en los países más
pobres. Disponer de financiamiento adicional para adquirir dosis y cubrir las
necesidades logísticas resulta fundamental. También lo es una redistribución
oportuna de las vacunas sobrantes de países excedentarios a países
deficitarios, así como una significativa ampliación de la capacidad de
producción de vacunas para 2022 y años sucesivos. Proporcionar un seguro a los
fabricantes de vacunas contra los riesgos de pérdidas por sobreproducción puede
ser una opción digna de consideración.
También debemos garantizar un mayor acceso a terapias y
pruebas diagnósticas, incluida la secuenciación del virus, y evitar
restricciones a la exportación de suministros médicos. Los argumentos económicos
a favor de la acción coordinada son abrumadores. Un avance más rápido en la
batalla contra la crisis sanitaria podría traducirse en un incremento acumulado
del ingreso mundial de 9 billones de dólares en el período 2020–25. Esto
reportaría beneficios a todos los países, incluidos unos 4 billones de dólares
para las economías avanzadas, lo que supera con creces cualquier medida de los
costes relacionados con las vacunas.
Segundo, intensificar la lucha contra la crisis económica.
Con los países del G-20 a la cabeza, el mundo ha adoptado
medidas sincronizadas nunca antes vistas, incluidos casi 14 billones de dólares
en medidas fiscales. Los gobiernos deben consolidar estas medidas manteniendo
el apoyo fiscal —debidamente calibrado y focalizado en función de la fase de la
pandemia, el estado de sus economías y su espacio de política.
La clave es ayudar a mantener los medios de vida y, al mismo
tiempo, tratar de evitar la quiebra de empresas que en otras circunstancias
serían viables. Para eso no solo hacen falta medidas fiscales, sino que también
hay que mantener unas condiciones financieras favorables mediante políticas
monetarias y financieras acomodaticias que apuntalen el flujo de crédito a
hogares y empresas.
La considerable expansión monetaria de los principales
bancos centrales también ha posibilitado que varias economías en desarrollo
vuelvan a tener acceso a los mercados internacionales de capitales y reciban
financiamiento a tasas de interés históricamente bajas para hacer frente a sus
gastos, pese a sufrir recesiones históricas. Dada la gravedad de la crisis, no
hay ninguna alternativa al mantenimiento del apoyo de la política monetaria.
Pero existen preocupaciones legítimas sobre las consecuencias no deseadas de
estas medidas, incluidas la excesiva asunción de riesgos y la euforia de los
mercados.
Un riesgo para el futuro —especialmente en vista de las
recuperaciones divergentes— es la posible volatilidad del mercado en respuesta
a cambios de las condiciones financieras. Los principales bancos centrales
tendrán que comunicar con mucho cuidado sus planes en materia de política
monetaria para evitar una volatilidad excesiva en los mercados financieros,
tanto en sus países como en el resto del mundo.
Tercero, reforzar el apoyo a los países vulnerables.
Dado que sus recursos
y el margen de maniobra de sus políticas son limitados, muchos países de
mercados emergentes y de bajo ingreso podrían enfrentarse en breve a una
elección imposible: mantener la estabilidad macroeconómica, hacer frente a la
crisis sanitaria o cubrir las necesidades básicas de sus habitantes.
El aumento de su vulnerabilidad no solo afecta a sus propias
perspectivas de recuperación de la crisis, sino también a la velocidad y la
magnitud de la recuperación a escala mundial, y puede ser una fuerza
desestabilizadora en varias zonas ya de por sí frágiles. Los países vulnerables
necesitan ayudas sustanciales en el marco de un esfuerzo integral.
El primer paso debe darse en los propios países, cuyos
gobiernos han de recaudar más ingresos, incrementar la eficiencia del gasto
público y mejorar el contexto empresarial. Al mismo tiempo, las iniciativas
internacionales son vitales para seguir incrementando el financiamiento en
condiciones concesionarias y movilizar financiamiento privado, incluso mediante
instrumentos de distribución del riesgo más sólidos.
Otra opción que se está sopesando es una nueva asignación de
DEG para contribuir a satisfacer la necesidad a largo plazo de reservas en todo
el mundo. Esta asignación podría suponer una inyección directa y sustancial de
liquidez para los países, sin incrementar su endeudamiento. Asimismo, podría
aumentar la capacidad de los donantes bilaterales para proporcionar nuevos
recursos para ayudas en condiciones concesionarias que permitan financiar
gastos en salud, entre otros. Una asignación de DEG ayudó al mundo a afrontar
la crisis financiera mundial en 2009, y podría volver a sernos de gran utilidad
en la actual tesitura.
Aplicar un enfoque integral también implica afrontar la
deuda. La Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda del G-20 (ISSD)
liberó con rapidez recursos vitales. El nuevo Marco Común puede ir aún más
allá, al facilitar el tratamiento oportuno y ordenado de la deuda para países
que cumplen las condiciones de la ISSD, con una amplia participación de
acreedores, incluido el sector privado. Estos tratamientos deberían incluir el
reperfilamiento del servicio de la deuda para ayudar a países que tienen
grandes necesidades de financiamiento, y un alivio más profundo allí donde la
carga de la deuda se haya tornado insostenible. Ahora que las primeras
solicitudes ya han llegado, todos los acreedores —públicos y privados— deberían
poner en funcionamiento rápidamente el Marco Común.
Por su parte, el FMI ha intensificado de forma inusitada sus
esfuerzos proporcionando más de 105.000 millones de dólares en nuevo
financiamiento a 85 países y alivio del servicio de la deuda para los países
miembros más pobres. Nuestro objetivo es llegar aún más lejos para apoyar a
nuestros 190 países miembros en 2021 y en lo sucesivo.
Esto incluye respaldar las iniciativas de modernización de
la tributación internacional de las empresas. Necesitamos un sistema que sea
verdaderamente apropiado para la economía digital y se ajuste más a las
necesidades de los países en desarrollo. En este ámbito, serán esenciales
esfuerzos multilaterales para contribuir a lograr que empresas sumamente
rentables paguen impuestos en los mercados en los que operan y refuercen así
las finanzas públicas.
Todas estas medidas de política pueden ayudarnos a atajar la
Gran Divergencia. Puesto que disponen de los recursos necesarios, las economías
avanzadas continuarán invirtiendo en capital humano, infraestructura digital y
la transición a la nueva economía del clima. Es vital que los países más pobres
tengan el apoyo que necesitan para poder realizar inversiones similares,
especialmente en las medidas de adaptación al cambio climático —generadoras de
mucho empleo— que serán imprescindibles a medida que nuestro planeta se
caliente.
La alternativa —dejar atrás a los países más pobres— solo
afianzaría la desigualdad extrema. Aún peor, constituiría una grave amenaza
para la estabilidad socioeconómica en todo el mundo. Y sería una oportunidad
histórica perdida.
Podemos inspirarnos en la espectacular cooperación
internacional que nos ha permitido disponer de vacunas eficaces en tiempo
récord. Ese espíritu es ahora más importante que nunca para superar esta crisis
y lograr una recuperación fuerte e inclusiva.
* Kristalina Georgieva Directora Gerente del FMI, asumió su
cargo el 1 de octubre de 2019. Fue Directora General del Banco Mundial entre
enero de 2017 y septiembre de 2019