* Presenta la CIDH de la OEA informe sobre violencia infantil del crimen organizado
De la Mesa de Redacción Rafael Castilleja
De Arcano Político
Presenta en Washington la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) de la OEA, un informe regional sobre la violencia y
otras vulneraciones a derechos de las que son víctimas las niñas, niños y
adolescentes en contextos en los cuales opera el crimen organizado y grupos violentos
o dedicados a actividades delictivas.
El informe identifica los principales factores que inciden
en que esta sea la región con los mayores índices de violencia en el mundo y se
centra, fundamentalmente, en analizar el modo en cómo las niñas, niños y
adolescentes se ven afectados por diversas formas de violencia en sus
comunidades, en particular por actos procedente de personas vinculadas a grupos
delictivos aunque también por acciones de agentes del Estado.
Las condiciones de inseguridad y la violencia son
importantes factores de preocupación en la región que conllevan graves
vulneraciones a los derechos humanos de las personas.
La opinión pública con frecuencia asocia estos contextos con
los adolescentes, a quienes responsabiliza en gran medida por el clima de
inseguridad que se vive en muchas comunidades.
La atención se centra especialmente en los adolescentes
varones de los barrios pobres y periféricos, que pertenecen a grupos
tradicionalmente excluidos y discriminados, quienes cotidianamente son
estigmatizados y señalados como “potenciales peligros sociales” que deben ser
controlados.
Sin embargo, tal y como la CIDH lo expone en el informe, la
realidad difiere de estas percepciones y es mucho más compleja. Las niñas, los
niños y los adolescentes de hecho representan uno de los grupos más afectados
por diversas formas de violencia y vulneraciones a sus derechos, así como por
el actuar del crimen organizado y por las políticas de seguridad ciudadana de
carácter represivas.
Los habitantes de algunas comunidades sufren con mayor
intensidad el flagelo de la violencia. Las zonas especialmente afectadas son
los barrios menos desarrollados, con acceso limitado a servicios básicos, falta
de oportunidades y con una escasa implantación del Estado.
Son zonas con población en situación de vulnerabilidad que
no tienen garantizados sus derechos debido a situaciones estructurales de
marginación y exclusión social. Estos factores facilitan el surgimiento y la
expansión de grupos que se dedican a cometer delitos y de organizaciones
criminales.
En adición, los importantes réditos económicos asociados al
mercado ilegal de las drogas han contribuido de modo destacado a la expansión
de grupos criminales que compiten por este mercado y sus beneficios, lo cual ha
desencadenado espirales de violencia por enfrentamientos entre grupos
criminales y con las fuerzas de seguridad del Estado.
El fácil acceso a las armas de fuego, y el elevado número de
ellas en manos de particulares, contribuyen a agravar el clima existente de
inseguridad y la violencia.
En el informe la CIDH constata con profunda preocupación que
las condiciones en las que viven las niñas, niños y adolescentes en estos
contextos pueden llegar a ser abrumadoras. Muchos de ellos sufren situaciones
de violencia, abuso y negligencia en sus hogares, comunidades y escuela, por
parte de adultos, de sus pares e incluso de la policía.
La calidad educativa es deficiente y existen muchos
obstáculos para el acceso a niveles de educación superior así como para acceder
a oportunidades laborales y a un empleo digno.
Muy a menudo los niños y los adolescentes sufren presiones,
amenazas o engaños para que colaboren con estas organizaciones; otros
adolescentes se acercan a estos grupos en búsqueda de oportunidades,
reconocimiento, protección y sentido de pertenencia, aspectos que de otro modo
no consiguen obtener.
Una vez dentro de estas estructuras son utilizados y
explotados por los adultos para una amplia gama de acciones, desde la
vigilancia, el traslado y venta de drogas, robos, extorsiones, secuestros, así
como para la realización de otras actividades violentas relacionadas con el
mantenimiento de los intereses de los grupos criminales.
Las niñas y las adolescentes, en particular, son las principales
víctimas de violencia sexual y de la trata con fines de explotación sexual. Los
adultos los usan como elementos descartables e intercambiables en las
estructuras criminales, el último eslabón de la cadena, siendo la edad promedio
de captación a los 13 años.
Las respuestas de los Estados frente a estos desafíos se
basan primordialmente en políticas fuertemente centradas en los aspectos de
control coercitivo por las fuerzas de seguridad y de represión punitiva a
través del sistema penal.
El común denominador de las estrategias de seguridad en la
región ha sido la atribución de mayores competencias a las fuerzas de seguridad
del Estado aunada a una progresiva militarización de la policía y sus
operativos así como a la participación del ejército en acciones de seguridad
ciudadana.
Sin embargo estas estrategias no han contribuido a reducir
significativamente el clima de inseguridad, por el contrario, muchos países han
experimentado un recrudecimiento de la violencia además de reportarse abusos,
arbitrariedades y violaciones a los derechos humanos por parte de las fuerzas
de seguridad del Estado.
En el presente informe la CIDH muestra su preocupación por
las elevadas cifras de detenciones arbitrarias, uso excesivo de la fuerza y de
la fuerza letal, tratos crueles, inhumanos y degradantes, inclusive ejecuciones
extrajudiciales y desapariciones forzadas, así como la lentitud en su
investigación y el nivel de impunidad en que quedan estos actos.
Debido al estigma social hacia algunos adolescentes de
determinados grupos sociales, éstos son frecuentemente las víctimas de estos
abusos y arbitrariedades.
Entre las situaciones detectadas, la CIDH ha observado que
la aplicación del delito de “asociación ilícita” o de “pertenencia a grupo
criminal” ha incrementado el número de detenciones arbitrarias de adolescentes
en base a su apariencia y a la creencia que puedan pertenecer a una mara o a
una agrupación criminal, sin que existan evidencias de la comisión de un
delito.
Las actuales políticas de drogas también han contribuido a
elevar el número de niños y adolescentes privados de libertad por delitos de
micro-tráfico y posesión de pequeñas cantidades de drogas.
En varios países de la región se observa una
sobrerrepresentación de los adolescentes pobres, afrodescendientes y los
pertenecientes a minorías, entre las personas detenidas por la policía. La
persecución de los delitos de “asociación ilícita” y de los delitos de drogas
han conllevado además a que en la práctica se haya elevado el número de
detenciones preventivas y su duración debido a la saturación del sistema
judicial.
Por otro lado, los Estados de la región priorizan las
respuestas retributivas y penalizadoras hacia los adolescentes en conflicto con
la ley penal, siendo el encierro la medida más extendida.
La respuesta de los Estados se ha caracterizado por
propuestas de reducción de la edad de responsabilidad penal para los
adolescentes, en algunos casos desde los 12 años, y el alargamiento de las
penas.
En la práctica puede implicar que aquellos pasen encerrados
toda su adolescencia, fase crucial para su formación, crecimiento y desarrollo
personal.
A lo anterior se le agrega que los centros de privación de
libertad, los cuales mayoritariamente se encuentran en condiciones alarmantes
en términos de seguridad, salubridad y hacinamiento, se han convertido en
factores adicionales de vulnerabilidad y de exposición a la violencia y al
crimen para los adolescentes, lo cual solo lleva a profundizar y robustecer el
problema que se busca solucionar.
La CIDH reitera en el informe que las medidas tendientes a
responsabilizar a los adolescentes por sus actos deberían basarse
principalmente en un modelo de justicia restaurativa y medidas socio-educativas
que tenga como objetivo la rehabilitación y la reinserción social del
adolescente.
A juicio de la CIDH, las actuales políticas buscan mostrar
resultados a corto plazo pero no logran abordar adecuadamente las causas
estructurales ni se enfocan suficientemente en la prevención, o en programas de
inversión social y promoción de derechos.
Son políticas que no toman en cuenta las consecuencias
específicas de estos contextos para los y las adolescentes quienes se
encuentran en una especial situación de vulnerabilidad y desprotección que los
expone a ser captados y utilizados por el crimen organizado, a vincularse a
actividades violentas y delictivas, y a ser víctimas de ellas.
El informe concluye con una serie de recomendaciones a los
Estados para hacer frente a la violencia y la inseguridad a través de políticas
públicas que tengan un carácter integral y holístico y que consideren la
centralidad de los derechos humanos y garanticen efectivamente la vigencia de
los derechos de las niñas, niños y adolescentes.
La CIDH es un órgano principal y autónomo de la Organización
de los Estados Americanos (OEA), cuyo mandato surge de la Carta de la OEA y de
la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
La Comisión Interamericana tiene el mandato de promover la
observancia de los derechos humanos en la región y actúa como órgano consultivo
de la OEA en la materia. La CIDH está integrada por siete miembros
independientes que son elegidos por la Asamblea General de la OEA a título
personal, y no representan sus países de origen o residencia.
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