Textos en libertad
Por José Antonio ASPIROS VILLAGÓMEZ
Para Arcano Radio
Diciembre se llama así porque era el décimo mes del año
“según la cuenta de los antiguos romanos” y, después, el “duodécimo del
calendario que actualmente usan la Iglesia católica y casi todas las naciones
de Europa y América” (Gran Enciclopedia Salvat, tomo 10, s/f).
Y era el mes más esperado por este tecleador durante su
infancia --más que el siempre magro 6 de enero-- por lo mucho que disfrutaba
las fiestas decembrinas.
Cada año su madre lo llevaba por la avenida Parque Lira al
mercado de Tacubaya para comprar la piñata, la fruta, el heno y el musgo, unas
ramas de pino para colgar faroles, esferas y serpentinas en el Nacimiento que
poníamos en una mesa grande, las velitas para cantar el “Ora pro Nobis” antes
de pedir posada, las luces y coloridas canastitas de cartón y papel crepé llenas
de colaciones, todo lo cual hacía la felicidad de los niños.
Éramos muchos primos y hermanos, suficientes para hacer las
posadas en grande. Se adornaba todo el patio de la casa y nunca faltaron los
romeritos, la ensalada de Noche Buena, el ponche, ni los buñuelos. Y un Niño
Dios más grandote que las demás figuras del Nacimiento, que era arrullado por
diferentes “madrinas” cada año.
Hace unas noches el tecleador recordaba con sus hermanos
cómo, ya adolescentes, junto con otros compañeros de la ACJM nos reuníamos para
partir piñatas -algunas, hechas por el tecleador- y tomar cubas en la casa del
veterano boxeador Agustín Zaragoza, padre de Agustín y Daniel, quienes llegaron
a ser campeones del mismo deporte.
Afuera de un conocido comercio en la avenida Insurgentes
vendían castañas asadas, y atrás de sus grandes aparadores ponían figuras con
música y movimiento que eran un atractivo de obligada visita. Según esos
recuerdos, allí habría aparecido el primer Santa Claus que llegó al Distrito
Federal.
Todavía nuestros hijos alcanzaron algo de aquellas
tradiciones que cada vez fue más difícil conservar -incluidos los villancicos,
grabados en un disco elepé por juveniles cantantes de rocanrol-, pues se
desdibujaron cuando alguien convirtió las posadas en meros pretextos para
libar, bailar y divertirse como en cualquier otra fiesta del año, y como las
nueve posadas eran pocos días para ello, agregaron las preposadas.
Un día llegaron muchos santacloses para compartir con los
Reyes Magos espacios en la Alameda Central, recibir las cartas de los niños y
tomarse la foto con ellos. Los comercios se apoderaron vorazmente de la
festividad e impusieron sus productos para la temporada (ahora los traen de
China). Las piñatas ya no tienen olla de barro, son de un cartón que nunca se
rompe.
Los arbolitos adornados con una nieve que no era propia de
la capital mexicana (salvo en el Ajusco, y el 11 de enero de 1967 cuando nevó
en la urbe), suplantaron en muchos lugares a los Nacimientos, algunos de estos
muy bellos y hasta didácticos, como el de los tíos políticos Hilda y Guillermo,
que llenaba una habitación con diversas y bien puestas escenas bíblicas.
Aparte, en una ciudad tan grandota como la de México… ¡qué
pesado es diciembre! Peregrinaciones, parálisis vial, estacionamientos a tope,
demasiados gastos, enloquecidos tumultos en calles y tiendas, escasez de taxis,
alta contaminación atmosférica, visual y auditiva, montañas de basura, mayores
riesgos de asaltos y accidentes. Y así pone cara de felicidad tanta gente.
Otros, en cambio, por todos esos motivos tienen sin
proponérselo una Amarga Navidad, como el título de aquella canción de José
Alfredo Jiménez que cantaba Amalia Mendoza. El tecleador suele decir que, si
pudiera, desaparecería del calendario el mes de diciembre, y no porque se
sienta un émulo de Scrooge, el personaje de Dickens, sino porque ha padecido
todas estas calamidades y lamenta tener que rechazar la mayoría de las
invitaciones a comidas y brindis de fin de año. Sería una pesadilla atenderlas
todas, por mucho que se estime a los convocantes. ¿Por qué no festejar mejor la
llegada del año nuevo en lugar del viejo, pero en enero, ya sin el estrés
decembrino?
Y no tiene caso reiterar lo que todos sabemos: ni siquiera
se conoce la fecha exacta del nacimiento del Niño Dios, y muchos estudiosos
dudan que haya sido el 25 de diciembre. Pero eso es poco relevante frente al
hecho de que la Iglesia lo festeja ese día y punto, sea exacto o no.
Al tecleador le queda la esperanza de que sobrevivan las
tradiciones en su nuevo lugar de residencia, pues dicen que el municipio y
algunos vecinos organizan adecuadas tertulias y concursos de Nacimientos. Y a
falta de memorables conciertos de Navidad como aquel de 1999 de los tres
grandes tenores, habrá en estos rumbos otros con intérpretes locales.
De manera que nos disponemos a engalanar navideñamente el
hogar, pues ya llegaron acá “diciembre y sus posadas, y se va acercando también
la Navidad”, en seguimiento de la canción Regalo de Reyes de David Lama
Portillo y cantada por nuestro vecino de Tacubaya Javier Solís, a cuya novia
Maura -una de varias- conocimos. “Por
eso y muchas cosas más -y con permiso de su autor Luis Aguilé, donde se
encuentre- ven a mi casa esta Navidad”.
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