Por José Manuel SALAZAR-XIRINACHS
Director Regional de la OIT para América Latina y el Caribe
José Manuel SALAZAR-XIRINACHS |
En 2017 los mercados laborales de América Latina y el Caribe
están marcados por un nuevo incremento del desempleo y un empeoramiento de las
condiciones laborales. A medida que va transcurriendo el año los indicadores y
pronósticos confirman que la situación laboral se está tornando más
preocupante.
Efectivamente, los últimos pronósticos de la economía
apuntan este año a una leve recuperación tras la contracción del año pasado. Se
trata de un crecimiento económico lento, de apenas 1,1 por ciento para América
Latina y el Caribe. Eso no será suficiente para cambiar de rumbo las tendencias
negativas en el mundo del trabajo.
Después de un abrupto aumento de 1,5 puntos porcentuales en
el promedio regional del desempleo en 2016 se pronostica que 2017 cierre con un
nuevo aumento. El último informe de coyuntura de CEPAL-OIT, que sale dos veces
al año, acaba de pronosticar que el desempleo urbano subirá a 9,2 por ciento,
un aumento de 0,3 puntos porcentuales.
La situación es la misma cuando observamos el comportamiento
del empleo total (urbano+rural). El informe “Panorama Laboral” de la Oficina
Regional de la OIT estimó que con un crecimiento insuficiente el desempleo
total promedio subirá al menos 0,3 puntos porcentuales, hasta 8,4 por ciento.
Estamos ante las tasas regionales más altas en una década.
Hablar de “por cientos” a veces no da una idea cabal de la
realidad. Estas tasas nos indican que hacia fines del 2016 había al menos 25
millones de hombres y mujeres que buscaban trabajo sin conseguirlo, y que
durante 2017 se sumarán 1,3 millones de desempleados adicionales. Es decir,
habrá más de 26 millones de desempleados.
Por supuesto, el escenario del desempleo es heterogéneo. En
algunos países la tasa de desempleo incluso ha bajado. También es cierto que
influye mucho la situación de los países más grandes, por ejemplo Brasil donde
se concentra alrededor de 40 por ciento de la población activa. Pero también es
verdad que el promedio refleja una tendencia generalizada: en 2016 hubo
incrementos en la tasa de desempleo en 15 de los 21 países con datos.
La situación es dramática en el caso de los jóvenes, que
suelen ser los más golpeados por las crisis o las desaceleraciones. Las estimaciones
de fines del año pasado situaban el desempleo juvenil en un nivel demasiado
alto, de 18,3 por ciento, tras un abrupto incremento de 3,2 puntos
porcentuales. Esto es casi uno de cada cinco jóvenes en edad de trabajar.
Sin embargo el desempleo sólo es una parte de esta historia.
El informe “Panorama Laboral” registra una baja en el empleo asalariado y un
aumento en el trabajo por cuenta propia, lo cual es un indicio de aumento de la
informalidad, que según las mediciones más recientes afecta a unos 134 millones
de trabajadores, alrededor del 47 por ciento de los trabajadores ocupados.
Sin duda mucho del malestar de las sociedades
latinoamericanas y caribeñas tienen que ver con la informalidad, que en general
implica malas condiciones laborales, inestabilidad, bajos ingresos y falta de
protección y derechos, y que está cercanamente emparentada con la baja
productividad, la pobreza y la desigualdad.
Otras fuentes de malestar emergen de frustraciones de la
clase media, que ven sus expectativas de mejoramiento en niveles de vida
estancadas o amenazadas. Y hay también una franja de “clase media vulnerable”
que entra y sale de la pobreza con los ciclos económicos.
Al mismo tiempo, en varios países de la región ya se discute
sobre nuevas formas de ocupación y de producción que están produciendo
disrupciones en los mercados laborales, incluyendo la generación de una nueva
clase de trabajadores independientes, una proporción importante de los cuales
se ven obligados a aceptar menores ingresos y derechos, o incluso mayores
ingresos pero sin beneficios sociales, ya sea por manejar un taxi, por diseñar
un logotipo, o un sinfín de actividades que ahora se hacen “por la libre.”
Este escenario plantea múltiples retos para los países. En
lo inmediato, generar políticas o estrategias propias de los mercados de
trabajo para mitigar los efectos negativos del bajo crecimiento sobre la
cantidad y la calidad del empleo.
Pero la enseñanza que debería extraerse de este crecimiento
mediocre y de su correspondiente crisis de empleo, es la necesidad de enfrentar
los retos de carácter estructural de vieja data con nuevas políticas.
Este complejo escenario debe llevar a los gobiernos, los
empresarios, los líderes sindicales y a las sociedades en su conjunto a cambiar
la conversación tradicional y a hacer políticas de desarrollo productivo de
nueva generación, basadas en alianzas público privadas y sólidas instituciones
de diálogo social para el desarrollo de la competitividad, la productividad y
el talento humano. La región no logrará encender verdaderos motores de
crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible con generación de más y
mejores empleos sin una acción colectiva innovadora y vigorosa en esta materia.
Está claro que mientras aún enfrentamos numerosos rezagos y
tareas pendientes que debimos haber resuelto en el Siglo XX, ahora tenemos que
asumir también los retos del Siglo XXI: las revoluciones tecnológicas exponenciales,
el envejecimiento de la población, el cambio climático, la persistencia de la
desigualdad, las crecientes migraciones, y los nuevos modelos de producción en
el marco de la globalización.
En conclusión, el mal desempeño en los mercados de trabajo
de los últimos años no podrá ser revertido de manera fundamental sin grandes
esfuerzos en materia de desarrollo productivo, innovación y talento humano. O
dicho de otra forma, no podremos lograr un futuro del trabajo mejor sin un
mejor futuro de la producción y la productividad.
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